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Menos humos señorito

Todos tenemos mucho que decir ante el inminente precipicio al que nos estamos aproximando sin frenos. Ayer arrancó en París, con 150 presidentes y jefes de Estado, la cumbre que pretende lograr el primer pacto global contra el cambio climático después del fracaso del Protocolo de Kioto, un pacto que, desde su aprobación en 1997, no ha conseguido reducir las emisiones globales de gases de efecto invernadero.

  • Última actualización
    28 septiembre 2018 16:52

Se espera que en esta ocasión los grandes países contaminantes (Estados Unidos, China e India) ratifiquen el manifiesto de buenas voluntades, pero ya veremos. Tras los primeros días en los que los VIPs se dan cita en las reuniones de trabajo, entrarán a escena las delegaciones de técnicos que tendrán más fácil reconocer ante la opinión pública que no van a unirse a los acuerdos de reducción de emisiones. Es triste pero es así, los grandes países envían a un mensajero como cabeza de turco mediático y punto.Lo que está claro es que los planes voluntarios de reducción de emisiones no servirán de nada si la sociedad no se compromete, no reconoce el problema y no se sube al carro de la recuperación del equilibrio ambiental planetario. Lo primero: hay que reconocer qué sectores son realmente los más contaminantes. Estoy harta de que nos llenen la cabeza con estadísticas sobre los costes ambientales de los transportes (creo que es el sector del que peor se habla en general). Pero, ¿y qué me dicen de los datos de contaminación de las principales industrias del país? ¿Qué pasa, que como dan miles de puestos de trabajo en cinco centros productivos sus humos no se sienten en la atmósfera?Las industrias ubicadas en el Puerto de Sagunto (la cementera, la central térmica de ciclo combinado, la regasificadora, la fábrica de fertilizantes y la industria metalúrgica) y en el polígono del Serrallo (Castellón) son las principales emisoras de dióxido de carbono de la Comunitat Valenciana. La emisión de CO2 en la Comunitat rondó los 30 millones de toneladas en 2014, según Ecologistas en Acción del País Valenciano. Es un dato claro y preciso con el que se podrían implementar medidas para reducir las cifras. El problema es que para hacerlo tenemos que gastar dinero. Mucho dinero y eso no gusta a la mayoría. La reconversión de nuestra forma de trabajar -reinvención de sectores productivos incluidos, ahí están por ejemplo los mineros del carbón- no es gratis; pero tenemos que ser conscientes de qué cada euro invertido supondrá salud en el futuro. Evidentemente, los nodos logísticos también son grandes generadores de CO2 pero, conscientes de ello desde hace años, han ido activando planes de contingencia para reducir sus impactos. Prácticamente todos los puertos de interés general cuentan con departamentos propios de medio ambiente e implementan medidas paliativas y correctoras. Por su parte el transporte terrestre (quizás el más demonizado en esto del consumo) también intenta reducir su huella de carbono a través de vehículos eficientes y con las últimas tecnologías y campañas de reforestación. Además, los chóferes son más conscientes del consumo (ya sea por la pela o por responsabilidad ambiental) y se han multiplicado las ofertas de las marcas automovilísticas que incluyen con la compra del camión cursos de conducción eficiente. Está claro que para la Unión Europea el transporte ferroviario es la panacea para sacar de las carreteras mercancías y reducir el impacto de los camiones pero, por el momento, sin las conexiones ferroviarias terminadas y con el tercer hilo como máximo hito de los corredores de alta velocidad transeuropeos en la zona mediterránea, por ejemplo, poco se puede hacer. Apelemos pues a la responsabilidad de cada uno para lograr lo innegociable: salvar el planeta.