Atrapados en la pesadilla del “me lo pido” y el “qué demonios puedo regalar”, llegan los días en los que el consumismo nos asfixia y con gusto nos dejamos asfixiar, sin más preocupación que todo parezca un accidente, pues entre el despilfarro y la magia hay una delgada línea que es preciso respetar.Los niños alimentan esta esencia y la verdad se tuerce y se retuerce porque ya tendrán tiempo de saber y de conocer que todo en esta vida se compra y se vende, aunque papá y mamá insistan en que los regalos llueven del cielo y viajan en camello.Ayer mismo estuve en el epicentro de la vorágine del gasto, en el templo sagrado del capitalismo navideño, en el zoco paradigmático y venerado, en Amazon y su plataforma logística de San Fernando, cuya operativa encierra tal potencia metafórica, tan distorsionadora poética que en vez de salir de allí espantado salgo converso de espumillón y abeto, pues ya la magia es posible, ya Santa Claus y los Reyes Magos existen, incluso con la misma imaginería, con la misma tecnología, igual que esas películas americanas de bastones de caramelo, algodón de azúcar, barrigas rellenas de cojines y renos con la lengua fuera.Resulta que aprendimos que había un Papa Noel, uno solo para todos los niños del mundo, para todos a la vez, al que había que escribir y pedir lo que uno quería y ellos lo apuntaban y te lo traían, repito, todo el mismo día, todos a la vez. Todo eran preguntas, todo eran imposibles, todo eran retos incompatibles y sólo quedaba una salida: la magia.Hoy la magia ya existe, dirán los románticos; hoy ya no necesitamos ni la magia, dirán los amargados, pero lo cierto es que hoy uno manda una carta electrónica a una empresa como Amazon o similar -el mismo día que otras 182.000 personas, como pasó por ejemplo el año pasado en el día de la campaña de mayor actividad- y a las 48 horas un “papá noel” disfrazado de courier llama a la puerta de tu casa y te entrega tu regalo. ¡Feliz Navidad!Por en medio no hay elfos pero hay una fábrica como la de las películas, con las mismas cintas transportadoras, las mismas repletas estanterías, con centenares de miles de juguetes que cientos de operarios toman, empaquetan con papel de regalo y le plantan la etiqueta con su destinatario y su destino.¿Ven alguna diferencia con la ciencia ficción que de pequeños nos relataron?¿Acaso una empresa con 86 millones de productos en venta no va a poder traernos el día de Navidad todo aquello que pedimos? ¿No era “lo que quieras” uno de los grandes retos de la magia?Para colmo, estos mismos de Amazon dicen que en nada le echarán carreras a los renos y también podrán traernos los paquetes volando y con sus drones dejárnoslos en la terraza. Irrebatible.Y ayer encima tenían allí en la plataforma a un coro cantando villancicos. Lo dicho, no será Laponia pero sí San Fernandoponia, y tan ricamente.Eso sí, hay una esencial diferencia: en nuestra Navidad de los Reyes y de Santa Claus todo era/es gratis; en la nueva Navidad de Amazon todo es, obviamente, pagando. Tiene precio hasta la magia.