En los grandes debates sobre gestión portuaria vuelan los cuchillos cuando sale el tema de la libertad tarifaria, crepita el morbo cuando se plantea lo de fusionar autoridades portuarias y, a lo sumo, por aquello de que es un ámbito de prestación de servicios, la gente levanta la mano y pugna por determinar quién debe tener la sartén por el mango, si el muelle o el buque, y mientras unos se adentran en el peregrino sendero de quererle poner puertas al campo, otros enuncian que los puertos existen porque existen los barcos, lo cual es como esos mapamundis logísticos en los que vivas en Alcázar de San Juan, en Maputo o en Yiwu, tu aldea siempre está en el centro del mapa, bendecida por el incienso de la geoestrategia sideral.Los puertos existen, permítanme la osadía, porque existe mi abuela, porque existen mis padres, porque existen mis hijos y porque existe mi cuñada y, además, porque viven tanto en la costa como en el interior y comen pollo, se tratan con medicinas, dan de comer el domingo a toda la familia, viajan en coche, les encanta el gres porcelánico, se disfrazan de Cristiano Ronaldo y sucumben a las tendencias del momento, entre ellas comprar en cualquier parte del mundo y que te lo traigan a casa.Por eso, y sólo por eso, existen los puertos y por eso y sólo por eso existen los barcos y por eso y sólo por eso, aunque nos obsesione la cuenta de resultados, deberíamos cambiar el foco, ante todo porque no digo que no siguieran volando cuchillos cuando se hablara de gestión portuaria pero, al menos, tendríamos más claro hacia donde dirigirlos.Yo entiendo que en esta cadena infinita de eslabones egocéntricos es a menudo complicado determinar quién es cliente y quién es proveedor, pero si todas las mañanas al despertar nos repitiéramos que los puertos, ante todo y sobre todo, están al servicio de los ciudadanos, tal vez tendríamos más claro el debate del “mango” o el de la libertad tarifaria, que tanto apasiona a esa ortodoxia de la autonomía de gestión no siempre compatibilizada con el interés público.Es esencial que en materia tarifaria los puertos tengan herramientas comerciales y de gestión para adaptarse a sus mercados y a sus estrategias, es fundamental la flexibilidad para competir e incentivar la mejora continua. Ahora bien, mientras los puertos estén al servicio de los ciudadanos, de todos, es vital garantizar el trato más justo y más competitivo para los intereses públicos, tan variados como sagrados, porque no se puede bonificar mercancías a costa de penalizar otros tráficos como los cautivos; porque no se pueden permitir políticas comerciales incluso de dumping que hundan a los puertos propios vecinos e incluso pongan en peligro las cuentas; porque no se pueden permitir beneficios injustificados ni para acumularlos ni para gastarlos en infraestructuras que no sean acordes con el conjunto del sistema; porque los puertos, al menos en España, no son entes aislados volcados en su beneficio propio y el de sus comunidades portuarias, sino son entes coordinados y centrados en estar al servicio de la sociedad y al servicio común, en una competencia regulada que algunos llamarán centralismo y que no es más que velar por la competitividad de todos, incluida mi abuela.