Lo reconfortante es la trascendencia que se percibe en cada persona con la que uno se topa en esa ciudad, sabedores de que allí se cuece el presente y el futuro, aunque sea a fuego lento, muy lento.Todo sería más rápido con menos países, es decir, con menos Europa; con menos diálogo, menos consenso y menor participación, es decir, con menos democracia; y con menos procedimientos y contrapesos, es decir, con menos garantías y con menos derechos. Ahora bien, puesto que hay valores irrenunciables y principios básicos innegociables, no queda más que asumir este hándicap de la burocracia y la parsimonia y trabajar con la metáfora del martillo pilón y con los pilares de la paciencia, la convicción y la perseverancia.Lo más frustrante de todo es ver cómo nunca se cierra el círculo, y no porque progresivamente se hayan ido incorporando nuevos países, sino porque hay estados, gobiernos y colectivos empresariales y sociales volcados permanentemente en impedir que se logre el pleno mercado común y la plena armonización, un objetivo que ya va camino de la utopía, máxime si vemos cómo hasta los sectores más cohesionados, como el transporte por carretera, vienen sufriendo una preocupante regresión.No es que estos estados, gobiernos o colectivos que dinamitan el mercado común no crean en Europa, no es que su espíritu sea eurófobo ni descreído. Simplemente aplican un soez egoísmo, bajo la máxima de “hecha la ley, hecha la trampa”, con ese espíritu infantil ante el plato de comida que sólo agrada en parte, es decir, con la táctica de escarbar y trincar las tajadas, que ya habrá quien apechugue con los sofritos.En este sentido, y si seguimos con el ejemplo de la carretera, lo de países como Francia o Alemania, incluso la propia Bélgica, es sonrojante porque nadie dudaría jamás de su profundo europeísmo y, en cambio, su trapacería para buscarle los agujeros a las normativas y poner palos en las ruedas de los camiones para proteger sus mercados es, de todo, menos europeo. Es curioso que quienes más se benefician de su centralidad europea, quienes más se ven favorecidos por su posicionamiento estratégico y por el mercado común, más enreden en romper la unidad de mercado y más se rebelen contra los handicaps, ínfimos ante sus citados beneficios.En cambio, países como España, ateridos por la perificidad y trastabillados ante las permanentes trabas unilaterales de los estados centrales, somos los que debiendo hacer de nuestra capa un sayo y teniendo más facilidad para hacerlo, más exigimos la armonización y más apelamos a ella como valor superior por encima del individualismo. Y tenemos como ejemplo el caso de las 44 tn.Al final, lo peor no es que haya tramposos de guante blanco, sino la actitud de los garantes del mercado común, es decir, las instituciones europeas, que muestran una exasperante impotencia, cuando no optan por un seguidismo cobarde y apuestan por armonizar igualándonos a las salidas de tono. La Sra. Bulc parece que va a ser de estas.