Y luego, que mande nuestra minoría. Para acabar quitándonos la máscara y gritar que lo que realmente queremos es mandar cada uno de nosotros. Nos gusta más nuestro ombligo que a un tonto una buena linde. Hemos tenido en estos días nuevos ejemplos de cómo preferimos un mal mayor para los demás a un daño controlado, para nosotros. Se ha optado, otra vez, por alejar el pesquero en llamas de nuestro puerto a vuestro mar, aunque eso signifique expandir su porquería por todas partes. Mucho mejor que se hunda en el mar, y reviente... pero lejos. Somos así. Ni siquiera el ferry "Sorrento", ciertamente chamuscado, es bienvenido en ningún sitio. Parece que no hay ningún peligro de ningún tipo para nadie... pero ¿y si sí?. Es feo y está sucio... es mejor que se vaya lejos, donde se multiplique el peligro de hundimiento, de marea negra o de desastre ecológico... pero lejos. Sufriríamos así la posible tragedia medioambiental, pero por la tele. Que no es lo mismo ver una playa negra de carburante en la tele que un barco feo en nuestro muelle. Ocurre que nuestros ¿responsables? son también muy humanos. Y prefieren un lío gigantesco, en otro mar, en otro puerto, antes que un incordio en el propio. El mundo en el que preferimos pudrir un océano antes que manchar nuestros muelles es el mismo en el que las mierdas de las mascotas son públicas, y notorias, mientras sus gracias son privadas, el mismo en el que se volverá a votar a los conocidos porque nos han favorecido en algo, cuando lo que deberíamos hacer es botarlos por chorizos. Es decir, el mundo en el que "los demás" son "los demás". La fe, la esperanza, en que seamos más solidarios, se va diluyendo, ya ven, cuanto más difícil es engañarnos a nosotros mismos. Sabemos cómo son las cosas y cómo han sido, y pensamos que en el futuro seguro que van a ser de otra forma. Pero se nos va el futuro y ... no. Está claro que no es lo mismo que me perjudiquen a mí que a ti. Para nada. En ocasiones hasta nos vale que las acciones que nos favorecen sean legales, aunque no sean éticas. Cuando tampoco son legales, también nos vale, mientras caiga el ascua en nuestra sardina. El barco feo levanta manifestaciones en contra de su presencia en nuestras proximidades. Sin plantear opciones alternativas, sin que haya base para un supuesto peligro. Que se vaya el barco quemado a donde sea, pero no aquí. Y si lo traen aquí es culpa, seguro, del rival político, que quiere acercarlo a donde haya instalaciones más susceptibles de convertir el puerto en un polvorín, gracias a la mecha que supone el barco quemado. Ya sabemos todos como son "los otros", "los demás", esos que sólo se preocupan de lo suyo sin importarles el daño que puedan causarnos a nosotros, a los que ellos llaman "los demás". Y así sucesivamente. No tenemos arreglo. Ni nosotros ni "los demás".