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Una jirafa en cubierta

¿Qué será lo próximo? ¿Dónde se colocará el listón? ¿Con que tratarán de sorprendernos dentro de cinco, diez o veinte años? La imaginación no tiene límites y los límites técnicos van superándose a una velocidad cada vez mayor. Sin embargo, la capacidad de asombro, al menos la mía, no termina de evolucionar al mismo ritmo al que se suceden los cambios. Vertiginosos. Cosas de la edad, supongo. El caso es que veinticuatro horas después aún sigo un tanto aturdido, entre incrédulo y pasmado, por lo visto el pasado domingo en el Puerto de Bilbao. ¿Qué será lo siguiente?, me pregunto.

  • Última actualización
    28 septiembre 2018 18:59

Los periódicos locales habían alimentado la expectación popular los días previos con titulares superlativos con palabras como "mayor", "más grande" o "gigante de los mares". Ni siquiera el ordinal "segundo" tras el artículo "el" restaba boato al momento. Y así, atraídos por el espectáculo que aquellos titulares de prensa prometían, decenas, centenares, millares de ciudadanos aprovecharon la tibia mañana del domingo para acercarse a Getxo y contemplar desde el muelle de Arriluce la grandiosidad del buque "Anthem of the Sea" de Royal Caribbean.Algo tienen los buques de crucero que los transforma en imanes de la curiosidad popular. Objetos de deseo y de sueños por cumplir, la visión de su silueta emergiendo del mar alimenta fantasías que siempre tienen alguien dispuesto a satisfacer. Lo cierto es que uno no se imagina a una ríada de gente arremolinada junto al muelle para contemplar la descarga de un granelero, aunque tuviera 350 metros de eslora. Tal vez sí lo hicieran en el caso de un portacontenedores de la clase Triple E de Maersk, con sus 400 metros de eslora y 59 de manga. Pero ni por esas, donde esté un buque de crucero, que se quiten los demás.Y el "Anthem of the Seas", el segundo mayor crucero del mundo tras el "Oasis of the Seas", con "sólo" 15 metros de eslora menos, lo tenía todo para epatar al personal, que debió contentarse con contemplarlo a una prudente distancia. La suficiente para distinguir su grúa-atalaya North Star, que lleva a los pasajeros en una capsula de vidrio en forma de joya que se eleva casi 100 metros sobre la cubierta superior, pero no suficiente para discernir en la popa la piscina con generador de olas para hacer surf o el tubo vertical transparente en cuyo interior se genera un chorro de aire que permite simular una caída libre en paracaídas, ni para adivinar el polideportivo con pista de autos de choque incluida.Guardo en casa un viejo álbum con las fotografías en blanco y negro, amarillentas ya, de un barco de pasajeros construido en 1958 en Bilbao por los astilleros Euskalduna para Naviera Aznar. Cubría el trayecto Bilbao-Buenos Aires en 42 días aunque ocasionalmente se utilizó en los años 60 para realizar cruceros al Báltico, el Mar Negro, Madeira, Canarias y el norte de África, entre otros destinos. Se trata del "Monte Umbe" y uno de los pasajeros que aparecen en esas viejas fotografías, posando en cubierta, es mi padre. "Jaime, viajar en barco es una de las mejores experiencias que jamás podrás vivir", me recuerda aún de vez en cuando. Y yo me aferro a ese recuerdo con la mirada perdida en la fotografía del "Monte Umbe" mientras me pregunto qué demonios pintaba una jirafa amarilla con un flotador rosa de 10 metros de altura y 4 toneladas de peso en la cubierta del "Anthem of the Seas". Nunca se ha viajado tanto como ahora, cierto. Pero viajar es otra cosa. Digo yo. Y dice mi padre.