Desde esta humilde tribuna pusimos en valor el gesto portugués, sobre todo por lo que conllevaba de enfocar los recursos en aquellas inversiones que más directamente pudieran tener un impacto en la recuperación económica de Portugal, es decir, ante todo la logística, relegando a la todopoderosa alta velocidad.En España ese debate, el de la clara contraposición de pasajeros y carga, es impensable y a lo más que se ha llegado en cuanto a concienciación de la opinión pública es al famoso tema de las “obras faraónicas”, un concepto por cierto del que Ana Pastor reclama con insistencia y obsesión un día sí y otro también los derechos de autor, como si hasta entonces nadie hubiera denunciado en España con ese símil la marcada inspiración egipcia de nuestras infraestructuras.En todo caso, más allá del márketing, el valor de racionalidad y austeridad de las políticas efectivas de Pastor, que es lo realmente importante, ha sido, en mi opinión, muy valioso y yo, al respecto, no tengo duda en posicionarme. Todas esas soflamas contra la austeridad, toda esa demagogia de que para salir de la crisis hay que endeudarse aún más es una condena y una concesión cortoplacista al populismo. Uno no se puede gastar lo que no tiene y, lo que es más importante, tampoco aquello que no puede garantizar cuándo lo tendrá y si lo tendrá.Es cierto que es muy fácil ser austero cuando no se tiene dinero, que conste. Otra cosa es vendérselo a la opinión pública, pero la austeridad con los números rojos son lentejas, aquí o en Grecia y, claro, siempre que no optes por el suicidio, que también hay quien lo propone, que conste. Sobre todo cuando se trata de prometer en feraces campos para el populismo como es el de las infraestructuras.Ahora bien, se da la circunstancia de que precisamente con la inversión en infraestructuras se ha sido tradicionalmente más demagogo en materia de proponer políticas de austeridad que en materia de dispendio. Y hablo de demagogia porque el bochornoso gasto de los últimos años y, sobre todo, el corte de los proyectos desarrollados era compensado con propuestas que, por irse al lado contrario, abandonaban toda racionalidad y nos situaban casi en el Génesis.Por cierto, estas políticas ultras de cercenamiento de toda inversión en infraestructuras, que emanan muchas veces de políticas autoritarias que buscan acabar directamente con determinados modos de transporte ignorando que sin ellos el sistema colapsaría, van a seguir existiendo mientras en el otro lado de la balanza los seopanes de turno sigan manifestándose desde su vergonzante, interesada y egoísta defensa del construir por construir con tal de que genere dividendos y el Estado luego se coma el riesgo, pues siempre habrá un rescate que digiera la irresponsabilidad.Preparémonos en estos meses eternos de campaña electoral a escuchar mil y una propuestas sobre infraestructuras, razonables, voluntaristas, posibilistas, ambiciosas, originales, ocurrentes, recurrentes, absurdas y, por supuesto, marcianas, sí, de Marte. Al fin y al cabo, si los niños vienen de París, a los políticos los ha traído siempre la cigüeña de otro planeta. Y no parece que la cosa esté cambiando...