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Cuarto y mitad

La crisis ha hecho reflexionar a muchos sobre el concepto de autoservicio ante la cantidad de puestos de trabajo que podrían generarse simplemente con volver al modelo tradicional de atención al cliente que han tenido numerosos negocios. 

  • Última actualización
    28 septiembre 2018 19:43

Ahora bien, las dudas, si es que las hay, se suscitan en el lado de los “autoservidos”, porque, por lo que respecta a los que tienen la sartén por el mango de los negocios, el concepto está bien claro: el autoservicio es ahorro de costes y ahorrar costes significa ser más competitivo.Ahora bien, es falso que el peso esencial del éxito del autoservicio radique en este ahorro de costes. Esta no puede ser la única razón de su generalización, porque la aspiración de todo cliente, entre en la tienda que entre, es poco más o menos que sentirse como “Pretty Woman” y no, si estás en el burguer, tener que recoger de la mesa todos los desperdicios y vaciar la bandeja en el cubo entre sobres chorreantes de ketchup; si estás en la gasolinera, terminar apestando a carburante por los restos que se escurren por la manguera; si estás en el Carrefour, terminar a patadas con el cajero porque no se registran los productos y lo que te pide el cuerpo es agarrar la compra y salir huyendo; y, si estás en el Ikea, terminar con un dedo machacado por el martillo, la espalda baldada de estar agachado y la histeria fluctuando por tus venas entre iconos absurdos de las malditas instrucciones.Es decir, en todo autoservicio el trato al cliente es, por definición, deficiente y opuesto a la excelencia y, en buena lógica, la respuesta debería ser no volver jamás cuando, además, todos conocemos y está socialmente admitido que se hace para ahorrar a nuestra costa.Pero volvemos, ojo, y mucho, y encantados de la vida. ¿Por el precio más competitivo? Eso queda pronto descontado. Volvemos por nuestro espíritu individualista y de independencia, por nuestro factor de autosuficiencia, por nuestra arraigada superioridad de que nadie hace mejor las cosas que uno mismo, ni tan rápido, por supuesto.Este orgullo es el que impide que mandemos a tomar viento a muchos comercios pues me siento seguro al elegir en el bufé el muslo de pollo que prefiero; me siento seguro al clavar en el surtidor de la gasolinera los litros exactos de combustible que quiero; y me siento realizado como homo habilis al construir el mueble que creo que quiero, pues entre la mesa del escaparate y el montón de tablas y tornillos que me llevo la diferencia no puede ser más abismal. Pero me gusta, yo, mí, me, conmigo.Por cierto, ¿hay acaso más autoservicio y más sensación de estar solo e independiente ante el peligro que el comercio electrónico? ¿A que no? Pues es el futuro...Les cuento todo esto porque la novedosa y trascendente reforma del Convenio SOLAS de la que informaba este Diario la semana pasada tiene mucho de autoservicio. El mal histórico del peso indefinido de los contenedores y el riesgo para su transporte, no sólo por mar sino también por carretera, quiere ser definitivamente atajado obligando a certificar el peso de los contenedores. Si lo miramos como “Pretty Woman” preguntaríamos: ¿Quién tiene que pesar el contenedor? El prestador del servicio, ¿no? Igual que cuando el carnicero te pone en la báscula cuarto y mitad de carne para guisar, ¿verdad? Pues no: el que va a tener que pesar el contenedor es el cargador. ¿Ventajas? Claro, para el naviero. Imaginen el “embudo” de tener que pesar todos los contenedores en la terminal. Ahora bien, por mucho que esté certificado el cargador, ¿nos vamos a poder fiar? Anda que no hay gente en el Carrefour que, al pesar la fruta, intenta dejar la bolsa medio abierta para colar una pieza más…