En primer lugar, mis hijos escribieron una carta a estos señores de su puño y letra, con todas las referencias de aquello que deseaban, incluso justificando el porqué de su petición y las razones que soportaban tal merecimiento.Mis hijos no pedían objetos mágicos, ni animales fantásticos, ni superpoderes de la Marvel, ni viajar a mundos extraños. Pedían cosas reales, de las que a sus ojos puede tener todo el mundo, cosa aparentemente factibles, posibles, que existen, que se ven, que se tocan, que se pueden pedir y que consideran que se pueden traer, una bici, una camiseta del Madrid, una muñeca de “Frozen”, de la vida corriente de su entorno y nivel. En fin, ¿cómo no iban a traerles esas cosas que pueden ver todos los días en los estantes del Carrefour o El Corte Inglés?La carta no la tiraron a la chimenea para que se la llevara el viento como si esto fuera “Mary Poppins”, ni hubo que recitar extraños conjuros en lenguas vernáculas como en “La Bruja Novata” para que se teletransportara a lugares lejanos. Ni siquiera optaron por meditar, ni cerrar los ojos con mucha fuerza y pedir las cosas con intensidad para que como hacen los americanos te escuche el gordinflas con barba en su cabaña invernal. Y menos por e-mail, que las ondas y los bits tampoco se ven. Mis hijos agarraron su carta de papel, se fueron al buzón amarillo que hay en la esquina de la calle y la introdujeron por la ranura para su envío a través del Servicio Estatal de Correos y Telégrafos, vamos, Correos, el del cartero que llama al timbre y trae las cartas del banco y las postales del abuelo. Cómo dudar.Por lo demás, en los últimos días las figuras del Belén se movían y los Reyes avanzaban en dirección al portal. Ayer estaban allá, hoy están acá. ¿Magia? Qué va. Menuda tontería. Cómo se van a mover solas las figuras. Son los Reyes los que por la noche las mueven para decirnos que ya vienen para acá.Es tan, tan, tan obvio como que cada niño pone su zapato en el salón, el suyo, pero no como si fueran un traslador de esos de “Harry Potter” con los que las cosas se aparecen. Es mucho más simple. Vienen los Reyes y hay que indicarles dónde te deben dejar los regalos. Se podría poner un cartel o un calcetín como los americanos, pero esto es España y se pone el zapato. Mi zapato, mis regalos. Es tan, tan, tan evidente.Lo mismo que la noche de autos se les pone a los Reyes en un plato polvorones, vasos de leche y un cubo con agua para los camellos. Pero no como si fuera un tributo de los que recauda el Sheriff de Nottingham. Que no, que es que estarán cansados y hambrientos por andar toda la noche trabajando. ¿O no?Y qué más evidencia hay de que han venido si a la mañana siguiente los papeles de los polvorones están desparramados, el turrón medio mordido, los vasos vacíos y el cubo seco y lleno de tierra pringosa ¿De qué? De las babas de los camellos. ¿Y el desorden? Si muerden las cosas y las vuelven a dejar en el plato, si comen un caramelo y se les “cae” el papel al suelo, si cuesta Dios y ayuda que metan su plato en el lavavajillas, ¿les va a extrañar en algo a estos hijos míos unos reyes tan, digamos, “dejados”?Pero claro, lo esencial es que ahí, en el zapato, está la bici, está la camiseta del Madrid, está la muñeca de Frozen, todas esas cosas que papá, que mamá y que hasta la abuela llevan todo el año jurando que bajo ningún concepto y bajo ninguna circunstancia jamás te lo van a comprar porque es algo tan caro... Como para pensar que no lo han traído los Reyes Magos...¡¡¡Muy, muy, muy FELIZ AÑO!!!