Lamentablemente, la quema de camiones -o los pinchazos en las ruedas, las pedradas y los vidrios rotos- ha sido moneda de cambio habitual en ciertos momentos de la historia de nuestros puertos. En todos. Pasaba en Barcelona -por suerte puedo utilizar, hasta el momento, el pretérito imperfecto en este caso-; pasaba también en Valencia y pasaba y, lamentablemente, ha vuelto a pasar en Bilbao.Hubo unos años bastante convulsos en el Puerto de Barcelona, en cuanto a transporte terrestre de contenedores se refiere, en los que era habitual encontrarse ruedas pinchadas o vidrios rotos y, algo menos habitual pero para nada inusual, el amanecer con alguna tractora quemada, tanto dentro del recinto portuario como en cualquier calle desierta de vaya usted a saber qué polígono industrial del área metropolitana.Eran los tiempos de los números, de las siglas, del ser fiel a uno u otro bando, de proteger cuota mercado con uñas y dientes. Eran tiempos en los que los autónomos se hacían fuertes muchas veces teniendo como única arma la amenaza. Afortunadamente, aquellos tiempos han pasado y las cosas ahora fluyen por otros cauces.Aunque no nos podemos descuidar. Y a la vista está el lamentable y reciente ejemplo del Puerto de Bilbao. Barcelona tuvo que pasar por un Proatrans, varios juicios y sentencias, multas de Competencia y nuevos dirigentes al frente de sindicatos y asociaciones para que las aguas se calmaran. Al menos en la superfície.Pero muchos de los que estaban antes siguen estando ahora y las personas, amigos míos, cambiamos poco de la noche a la mañana. O no cambiamos nada.Por lo que dudo que los tontos muy tontos de Barcelona y de otros puertos que ahora están en calma -porque tontos muy tontos hay en todas partes- hayan desaparecido por arte de magia.Actos como el ocurrido hace unos días en un polígono de Iurreta son, además de despreciables, de cobardes. Porque hacer algo amparado en la oscuridad es mucho más fácil que hacerlo dando la cara y con luz y taquígrafos.Más allá de lo condenable y execrable que puede ser el acto en sí, hay que tener en cuenta que la acción vandálica suele ocultar grandes dosis de descontento, de agresividad, de mala leche. Y todo ello hay que atajarlo lo más rápido posible y evitar que se enquiste porque más pronto o más tarde, si los problemas no se solucionan, las acciones vandálicas se volverán a repetir.He comentado en otras ocasiones en esta columna que el transporte terrestre de mercancías sufre de ciertos males endémicos que la crisis no ha hecho más que agudizar. Por ello, aunque ahora parece que la economía inicia una lenta recuperación que, indudablemente, también debiera alcanzar a este sector, hay que seguir trabajando todos, desde los autónomos a las empresas, pasando por administraciones, entes públicos y asociaciones, para lograr que estos males endémicos se vayan solucionando. Porque los problemas se pueden ocultar, pero siguen estando. Y es más peligroso tapar que reconocer su existencia y enfrentarlos.