Dice un proverbio ruso que añorar el pasado es “correr tras el viento”. Una carrera inútil. Sí. Pero a veces el pasado se aparece ante nosotros sin avisar, de forma brusca, a traición, y entonces nos encuentra cautivos y desarmados ante nuestros propios recuerdos. Porque ¿que es el tiempo sino el espacio entre nuestros recuerdos?Desde que comenzó la demolición del centenario estadio de San Mamés en Bilbao se cuentan por miles las personas que se han acercado hasta allí para comprobar con sus propios ojos que nada es eterno; ni siquiera el Arco de La Catedral, cuyo desclavamiento y descendimiento, a juzgar por el fervor con el que los parroquianos siguieron la operación, bien podría haber sucedido un Viernes Santo en lugar de un 3 de julio. El caso es que la demolición de San Mamés se ha convertido en todo un parque temático para nostálgicos; recreo de melancólicos y solaz de taciturnos que, como yo, lamentan ante sus muros la pérdida de un tiempo pasado, por mucho que el futuro se nos presente lleno de luces. Sí. Lleno.La retirada de la cubierta metálica que recubría gran parte del perímetro de San Mamés tras la remodelación del Mundial de 1982, ha dejado al descubierto su vieja fachada de ladrillo en la que, a resguardo de la intemperie, han sobrevivido intactos durante más de 30 años, varios carteles y anuncios publicitarios. Aún pueden verse en sus paredes carteles del Super Circo de Torrebruno (“por primera vez en Bilbao”) y de los payasos Tonetti, así como de los cursos de mecanografía de la academia Meca-Rapid; las fiestas de la discoteca Anaconda de Baracaldo (con “c”) o la velada de boxeo en la Plaza de Toros de Vista Alegre por el título europeo de los pesos medios entre el eibarrés Andoni Amaña y el inglés Tony Sibson. De eso hace más de 32 años. ¡Ay!Y entonces, quien esto escribe, frente a estos retales de su vida, frente a estos carteles aferrados aún a la vieja fachada de San Mamés, no puede por menos que lanzar un suspiro y recordar aquel Bilbao. Otro Bilbao. Diferente. Y sin duda, peor, aunque la evocación de un tiempo pasado se escribe con letras amables y pinta sus sombras de vivos colores. Era el de entonces un Bilbao atravesado por una Ría sucia pero llena de vida gracias a los barcos que atracaban en muelles del centro de la Villa, y a barcos que nacían en la misma Ría en astilleros que la crisis de los 80 se llevó consigo y de otros que ahora corren serio peligro con el “tax lease”. Con el traslado de la actividad al Abra exterior y una industria naval en franco declive, la identificación de Bilbao con los barcos, apenas se sostiene con la labor que realiza el Museo Marítimo Ría de Bilbao.Sin embargo, algunas iniciativas tratan de revertir esa situación. El presidente del Puerto de Bilbao, Asier Atutxa, ha anunciado un ambicioso proyecto para que, a través de visitas y otras actividades, todos los escolares vizcaínos conozcan su puerto, se identifiquen con él y sean conscientes de su significado y partícipes de su futuro. Por otra parte, hoy abre sus puertas en los locales del histórico (1871) Café Boulevard en el Arenal bilbaíno el “Gran Café ‘El Mercante’”, que según sus promotores es “un guiño a los barcos de mercancías que surcaban la Ría”. Y es que Bilbao fue puerto antes que Villa y lo seguirá siendo, con barcos o sin ellos.