En una caja de cartón de El Corte Inglés he encontrado libros, apuntes y trabajos de mi época de estudiante de Periodismo. Hay un trabajo de Sociología de 1º, mecanografiado en diciembre de 1988, “Sindicatos y consciencia de clase”, que alerta de que la extensión imparable del consumo y el avance del individualismo en el terreno social y laboral, ayudado por la ofensiva de los medios de comunicación ‘capitalistas’, favorecen el ocaso de la solidaridad de clase, la desproletarización, la crisis de la consciencia de clase y de los propios sindicatos.Otro trabajo, de Relaciones Internacionales de 5º curso, escrito en ‘wordperfect 5.1’ en mayo de 1993, alude al ensayo de Francis Fukuyama “¿El Fin de la Historia?”, que explica el triunfo de las democracias liberales como efecto de la caída del comunismo. La Historia, como lucha de ideologías, habría terminado, con un mundo final basado en una democracia liberal. Para Fukuyama, la única opción viable era la democracia liberal tanto en lo económico como en lo político, constituyéndose así el llamado pensamiento único: las ideologías ya no son necesarias y han sido sustituidas por la economía. Neoliberal radical, Fukuyama creía vital una apertura internacional a través de la globalización.Más de 20 años después de aquellos trabajos universitarios, algo ha debido ir mal para que el que debería ser “el mejor de los tiempos”, según Fukuyama, gracias al final de la Guerra Fría y de la extensión de las economías de libre mercado, se haya transformado en una profunda depresión de los países industrialmente avanzados y en una brecha cada vez mayor entre quienes se benefician de la economía global y quienes la padecen.Vuelvo a recordar todo ello en vísperas del 1 de Mayo, 20 años después, leyendo al responsable de Coordinadora, Jordi Aragunde, en este Diario. Dice Aragunde que los actuales son “tiempos de resistencia, de rearmarnos moralmente y cubrirnos de razones para defender nuestros puestos de trabajo con el orgullo de quien sabe que el modelo económico que quieren plantearnos como el único posible -el pensamiento único neoliberal- es letal para la inmensa mayoría de los ciudadanos”.No le falta razón a Aragunde al apelar al rearme moral, al orgullo y al “espíritu de consenso” que ha dominado las relaciones laborales en la estiba en los últimos 25 años. En este país de 6 millones de parados y millones más precarizados, la estiba, más que uno de los pocos sectores productivos (de servicios, diría yo) en que los trabajadores aún resisten “con cierta autonomía”, según Aragunde, es un oasis en el desierto. Más bien, un espejismo. La “envidiable” situación de los estibadores no solo se ha alcanzado en estos 25 años gracias al consenso y a la lucha sindical. Que sí. Pero también, como profunda paradoja, ha sido propiciada por un modelo neoliberal y globalizador del que ahora renegamos cuando nos vuelve la espalda. Lo malo es que ahora nadie sabe ya hacia dónde vamos. Pregúntenselo a Fukuyama y no obtendrán respuesta.