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Conocí a Bernardo Morosoli

Desde el punto de vista profesional Bernardo Morosoli fue fundamentalmente un empresario del transporte. Un empresario con letras mayúsculas, de esos con los que es tan difícil cruzarse, antes y ahora. Luchador, ambicioso, obsesionado por crear actividad, por generar riqueza y trabajo.

  • Última actualización
    29 septiembre 2018 01:30

Un hombre con una fuerte personalidad que, en todo momento, llevaba la iniciativa y sabía sobreponerse a las dificultades que siempre aparecen cuando se está al frente de una empresa a lo largo de muchos años. Era un hombre práctico, un empresario hecho a sí mismo, con capacidad para mandar y dirigir, haciendo crecer su grupo empresarial en un sector especialmente complejo y duro como el portuario.

En el transporte, Morosoli siempre fue un empresario protagonista, un referente, a veces a su pesar. Un empresario del transporte de contenedores que lideró y supo impulsar la actividad en el Puerto de Valencia. No sé si muchos lo reconocerán, pero nadie será capaz de negarlo.

Para la asociación ELTC Bernardo siempre será alguien especial que merecerá nuestro reconocimiento, el de la propia organización en su conjunto y el de cada uno de los que vayamos pasando por ella a lo largo del tiempo. No sólo por formar parte del puñado de empresarios que la fundaron en diciembre de 1997, sino por ser su verdadero ideólogo e impulsor inicial. Creyó en el proyecto de tratar de propiciar una mayor unidad en el sector probablemente con la misma pasión con la que, al cabo de los años, convertida en decepción, vivió la imposibilidad de conseguirlo. Pese a haberse desvinculado del movimiento asociativo en el puerto, seguía mirándolo de reojo. Nunca estuvo al margen del colectivo, aunque no apareciera en primer plano.

Reunirse con él en estos últimos años y hablar sobre transporte de contenedores nunca era rememorar el pasado y vivir de los recuerdos, con Bernardo solo podía hablarse de realidades, de la actualidad y de cómo afrontar lo que pudiera suceder, de futuro. Nunca hacía preguntas banales o comentarios intrascendentes. Creo que no era capaz. Si opinaba -tampoco le resultaba posible permanecer callado ante asuntos de cierta trascendencia- lo hacía con sinceridad, hasta con crudeza, haciendo que las palabras tuvieran contenido, que siempre salieran cargadas de su boca, a veces con carga de profundidad.

En el plano profesional, como empresario, no era un hombre fácil, ni pretendía serlo, ni su carácter ni sus responsabilidades se lo permitían. Creo que esa era la clave de su personalidad, Bernardo tenía un acusado sentido de la responsabilidad, excesivo, probablemente más allá de lo que era capaz de controlar.

El día que le conocí en mi despacho, sin la cordialidad y mayor cercanía que pudo existir tiempo después, tras vernos en varias ocasiones, nos saludamos educadamente, aunque con la lógica frialdad de un primer encuentro profesional y, sin esperar ni un segundo, en tono cortante me soltó "¿cómo tienes encendida la luz del despacho con la claridad que entra por el ventanal? Mal, muy mal hecho", se contestó él mismo. Era el Bernardo empresario en estado puro, ¡qué cabronazo!, pero qué razón tenía. A partir de aquel día, ya hace unos cuantos años, me resulta más complicado encender por rutina la luz del despacho cada mañana sin comprobar antes si la natural que entra por la ventana está a punto de ser suficiente, y, al mismo tiempo, no acordarme de Bernardo Morosoli.