Nuestro mercado es todo el planeta, pero nuestra competencia también, y no dudo en que sabrán aprovechar como una oportunidad las debilidades que nosotros mismos nos generemos. Si siempre la economía necesita de los puertos como punto de apoyo primordial, en estos momentos no sólo los miramos como un punto de apoyo, sino como generadores directos del bien más escaso y preciado: los puestos de trabajo. Si alguno de los citados grandes puertos pueden llegar a generar hasta casi los 20.000 puestos de trabajo, entre directos, indirectos e inducidos, multiplicando por los puertos grandes, medianos y chicos con los que contamos... nos podemos dar cuenta, nosotros solitos, de lo que nos estamos jugando. No solamente tenemos una logística que da de comer a miles de familias, sino, y lo que es más importante, que esos puestos de trabajo se pueden dividir o doblar, en función del factor humano. Nosotros mismos. El reto es, ya ven, apasionante. Los puertos españoles tienen ya lo más difícil: ubicación, profesionalidad y ampliaciones en marcha o listas ya para acoger tráficos nuevos. Faltan mejores conexiones y mejor marco normativo para relacionar todos los engranajes de la cadena logística. Doblar a medio plazo los puestos de trabajo que acoge el sistema logístico-portuario español ha de ser un objetivo primordial, ya que la posibilidad existe, y la necesidad de empleo es realmente acuciante. Con los parámetros antes citados, envidiados por la competencia internacional, sólo se precisa un condimento más para concretar futuro para todos en nuestra logística: diálogo bien entendido. La miseria rotunda ronda al sector y, aunque algunas partes del mismo siguen sanas y latentes, la metástasis es una posibilidad concreta. Los tráficos bajan y los que no bajan no crecen como deberían, tienen un crecimiento vegetativo o están a punto de empezar a bajar. Para aspirar al objetivo de creación de empleo y riqueza que nuestra logística merece nos falta flexibilidad. En todas las partes implicadas. Es necesario dejarse pelos en la gatera y escuchar, no para que acaben y nos dejen hablar a nosotros, sino para ver qué tiene que decir cada cual. Los conflictos latentes no los va a solucionar nadie que no seamos nosotros. Sí, nosotros mismos. Negociando. Para ello, no hay otro camino que ceder todos para no perder todos. No va a haber término medio. O se negocia con lealtad, sinceridad y humildad, o este sector que ha costado siglos construir y que se ha convertido en un sector sólido y con futuro en España en el último medio siglo, se puede caer como un castillo de naipes. Con buenas formas y buen diálogo se puede incluir incluso el parámetro de solidaridad, tan rentable en toda relación de futuro. Ni siquiera importará la razón que tengan unos u otros, para acceder a una u otra reivindicación si es justa y si se pide mediante el diálogo. Hoy por ti y mañana por mí. En el lado opuesto está lo mismo pero para fastidiarnos unos a otros. Si me preguntan en cuál de las dos espirarles estamos, hoy me inclinaré por la segunda. Todavía estamos a tiempo de corregir el rumbo y conversar y pelear por el doble antes de avocarnos a la nada. Siempre y cuando se haga sin que la preciosa actividad se vea en ningún momento amenazada. Nosotros mismos.