Al final, el “amago” de Villar-Mir no era más que un exordio para transmitir una idea digna de reflexión: “Un ministro -dijo Villar-Mir- es ejecutor testamentario de su predecesor”.Interesante, pensé, porque nadie duda de que quien asume una nueva cartera ministerial siempre recibe una singular herencia de quien le precedió. Ahora bien, si lo que consideramos como legado es fruto de un testamento, no puedo dejar de señalar que lo que se produce con asiduidad es una descarada y ofendida traición al muerto. Sirvan los últimos relevos en Fomento como ejemplo.Ofendida porque los nuevos siempre reniegan y critican con saña a los viejos, casi todo lo que hicieron, en una acusación convulsiva que se resume en entender que el ministerio ha sido sembrado de minas, como si hubiera problemas de dos tipos: los que de por sí genera un país y los que de por sí genera un ministro, un incompetente, a menudo, para el que le sucede.Y descarada porque el resultado de esta actitud es poner la casa patas arriba y darle la vuelta a todo lo que se estaba haciendo, guste o no. Si hay desacuerdo en el fondo, dinamita y a construir de nuevo. Si, en cambio, hay acuerdo en ese fondo, nada de dejar hacer: piqueta y enrasadora para cambiar la forma, chapa y pintura, toque personal, que se note quién gobierna.Habría para escribir un libro con los detalles de cómo un ministro ignora el testamento de su predecesor. Son casos paradigmáticos la vacatio legis de Magdalena Álvarez para la Ley del Sector Ferroviario de Álvarez-Cascos o, sin ir más lejos, la paralización por parte de Ana Pastor del modelo aeroportuario definido por José Blanco. Ministro que, por cierto, hace bueno eso de que traicionar al muerto no tiene nada que ver con el color político del predecesor. Blanco se cargó la herencia legislativa portuaria que Magdalena Álvarez había redactado en sendos proyectos de ley, definidos, por cierto, para cargarse a su vez la herencia en esta materia de Álvarez-Cascos. Son ejemplos.Con todo, en estas cuestiones de fondo, más allá del eterno debate en torno a una necesaria política nacional de transporte e infraestructuras consensuada y duradera, los “ bandazos” son fruto de cambios naturales de gobierno, derivados de la soberanía popular. Al fin y al cabo, lo preocupante, por ejemplo, no es que Pastor redefina la política de infraestructuras de un país y se cargue el modelo precedente, en este caso el del despilfarro. Al diablo los muertos si la “traición” nos lleva a la redención.Ahora bien, las herencias también se arrasan, como hemos dicho, por vanidad y orgullo personal, por no saber dejar las cosas estar, por afán de renombrar, redefinir y replantear en la desesperación de hacer y no de resolver. Los antiguos y sucesivos planes de infraestructuras son buenos ejemplos, aunque aquí tal vez el paradigma haya sido la política de impulso del transporte ferroviario de mercancías, ralentizada por el afán de cada ministro de acelerarla. Curiosa paradoja, asidua traición.