El sector es sabio en su esencia: los profesionales que le dan vida en cualquier rincón de nuestra geografía. No los conozco a todos, aunque no lo crean, pero sí a un muy buen puñado, y entre ellos hay auténticos monstruos profesionales. Saben latín, ciertamente. En base a ello y a ellos, el sector sobrevive dignamente, como la orquesta del Titanic, el verdadero, no ese que acaban de hacer los chinos, que seguro que en vez de orquesta viene con karaoke. Esa sabiduría arraigada no puede serlo tanto si no se sustenta en una sabiduría vital. Muchos de esos grandes profesionales cimientan su pelea laboral diaria en una forma de entender la vida que pasa por darse de vez en cuando un homenaje, tan imprescindible como la gasolina a los coches. En los fletes, los espacios de carga, la exportación, la importación, las normativas o las huelgas, podemos influir a veces poco y a veces nada. En estamentos superiores, políticos, judiciales... no es que no podamos influir, sino que ya ni creemos en ellos. Como el tiempo es cada vez más escaso, y por tanto más valioso, el que se considera sabio sólo puede demostrar esa sapiencia a base de invertir sus fuerzas en lo que está en su mano influir, cambiar o mejorar, que son muchas cosas. Así, buena parte de nuestro colectivo logístico anda estos días realmente ocupado en preparar los bártulos para el Concurso Mundial de Paellas. Llevamos, con este, 24 años seguidos volcados con la organización de esta fiesta, tachada por algunos de frívola e irrelevante, y que nosotros sabemos que nació como algo positivo y se consolidó al instante en algo imprescindible. Acudir a las Paellas o la fiesta de las butifarras que se ha consolidado ya en Barcelona, la Buti Buti, a las fiestas similares de Sagunto, Castellón, Alicante... es una inversión segura. Si no queda satisfecho con pasar un buen rato y cargar las pilas para seguir en la brecha, les devolvemos el tiempo invertido. Creemos en esas fiestas y podemos influir en ellas. Así, nos volcamos en esos eventos, porque tampoco nos quedan tantas cosas en las que valga la pena poner nuestra ilusión. Ante la carencia indiscutible de líderes y de liderazgos, cada vez está más cerca el modelo a seguir, hasta que casi hemos llegado a un punto tan interesante como aterrador: el modelo, el líder, el pastor, el político, el policía y el juez, el jugador y el árbitro... hemos de ser nosotros. Es desconcertante eso de pensar en libertad, sobre todo si no estás acostumbrado. Muchos mueren, la mayoría, sin haber probado ese vértigo intenso de decidir por uno mismo. Mientras, lo que sí tenemos todos es capacidad de discernir, en lo más hondo de nosotros mismos, qué nos gusta y qué no. Está bien que nos guíen, siempre y cuando lo hagan en la dirección que nos agrade. Una de las definiciones válidas de líder es la que indica que su cometido es hacer que la gente quiera hacer lo que el líder quiere que hagan. Muchos empresarios y directivos del sector ya lo han cogido, y estos días andan cursando, entre órdenes de embarque, instrucciones a diestro y siniestro para que todos los detalles estén a punto para "las paellas" del próximo viernes. No sé si en otras cosas les pasará lo mismo o no, pero en esto de preparar la fiesta les hace caso todo el mundo. Unas horas de fiesta todos juntos, sin que, de momento, nadie pueda impedirlo. Ahora, ante el desmorone de todas las instituciones "serias", lo "fatuo" se ha convertido en lo único serio que nos queda. Nos vemos en las paellas, esa impagable fórmula mágica que convierte, año a año, a los compañeros en amigos.