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En frío

Hemos dejado pasar unos días desde la huelga de los transportistas de Transcont en Valencia y Barcelona, con duraciones distintas, para darle una vuelta, ahora, al asunto. La reflexión viene precisamente desde la frialdad, necesaria para llamar la atención sobre nuestra dañina memoria de pez. En cuanto el puerto vuelve a trabajar, poco o mucho, aquí paz y después... quizás.

  • Última actualización
    29 septiembre 2018 02:08

Parar un día suele, o solía, ser un daño colateral asumido y aceptado. Cuando el tema se prolonga más de una semana, no nos parece que sea cosa de dejarlo pasar sin poner de nuevo el foco de atención en intentar lo de siempre: que no vuelva a pasar. Ocurre que las prisas el chirriar de dientes, el rasgar de vestiduras, los llantos secos e hiposos se reeditan en días de caos y paro. Cuando es ahora, en la vuelta a la normalidad, cuando hay que hacer todo lo que se pueda hacer, hablar todo lo que se deba hablar, gritar lo preciso y acordar lo acordable, más el 10%. Aparte de razones, o locuras, buenos y malos, el paro de toda o de parte de la actividad de un puerto, que lo segundo lleva a lo primero, es un fallo colectivo, casi global. Y no nos podemos ir de rositas sin el correspondiente tironcito de orejas. Si algo se pudo hacer para que se desconvocara el paro debió hacerse antes. Si alguien tenía que llamar a alguien, debió hacerlo antes. Estando en la cola de camiones, entre la orquesta de bocinas y la coreografía de nervios y malas caras, se puede percibir la intensidad del problema que suponen estos paros. Pero desde aquí, desde Diario del Puerto, les puedo garantizar que con la recepción de datos y detalles indicando el calado de la insostenible situación, se consigue una percepción más completa todavía. Los redactores pulsan el caos y la tensión a pie de muelle, mientras los teléfonos y los mails se encargan de recordarnos eso, el inmenso fracaso colectivo que supone para la actividad logística. Contenedores abandonados, reefers que no se pueden retirar, cargas echándose a perder, camiones que no se mueven, porque no pueden o porque no les dejan o porque les dejan pero no se atreven, cargadores llamando, histéricos, a los transitarios, transitarios chillando a consignatarios, prensa generalista pidiéndonos orientación... Ese papel nuestro de rompeolas de todos los frentes que se activan ante un conflicto así, nos hace coger el pulso de forma bastante certera a la dimensión del asunto. Y nada nos entristece, desconcierta y enfada tanto como este tipo de escenarios. Cualquier empresa mata, ahora más que nunca, por un cliente, y oigo a amigos del sector, el roce hace el cariño, llamándonos con el pesar inmenso que genera la impotencia de no poder hacer nada para que ese cliente que ha conseguido a base de tratarle de maravilla durante años, nos le mande a hacer gárgaras por problemas de terceros cuya solución no está en su mano. Este tipo de situaciones, de paros, de huelgas, tienen mil veces más víctimas que culpables. El primer objetivo, el primero, en una cadena logística es que la cadena no pare. Que nada ni nadie la pueda parar. Cuando fracasamos en ese primer objetivo, debemos, al menos, en frío, reflexionar profundamente y ver si hacemos todo lo que podemos, todos, en todos los sentidos, para que algo así no se produzca. Si hay algo más que se pueda hacer es ahora cuando toca, con los muelles activos, en frío.