Pancho, a quien temí cuando empecé a tratarlo, como le pasaba a todo el mundo, y a quien cogí un profundísimo cariño en cuanto lo traté un poco más, era quizás el máximo exponente de esa pasión. Se vestía para ir al trabajo, al muelle muchas veces, como si fuera a una boda. No hemos vuelto a ver tanta elegancia externa, a juego con la interna, como la que desplegaba todos los días Manuel Rodríguez Junquera. Incluso cuando era políticamente incorrecto, que era muy a menudo, a mí me resultaba elegante, porque podría estar equivocado o no, pero era sincero como nadie. Con sus palabras duras se construyeron soluciones concretas en el día a día de la terminal. Estaba bien que se colocara sus pañuelos a juego con la corbata en el traje impecable... porque era cierto que iba de boda: se casaba cada día con el Puerto de Valencia. Su verdad le ganó antipatías momentáneas, es cierto. Sus trabajadores, pese a reconocerle "paternalista", anduvieron a la gresca día sí y día no. Pero, miren por donde, diez años después de salir Pancho de Marítima Valenciana le hicieron un homenaje especialmente emotivo. Sí, como lo leen, los diferentes comités de empresa de Marítima Valenciana con los que coincidió, supieron darle, más vale tarde que nunca, el abrazo que merecía. Nosotros ya le habíamos dado nuestro Premio Grupo Diario, sabedores de que el sector le debía mucho, y el Puerto y Valencia mucho más. Cuando se cuente el origen de la joven grandeza de ese enclave, uno de los nombres que deberían aprender de memoria las generaciones venideras es sin duda, si hubiera justicia, el de Manuel Rodríguez Junquera. Quien fuera director de la Terminal Pública de Contenedores de Marítima Valenciana durante 22 años no nos sorprendió con su muerte. No estaba bien de salud desde hace años. Si me preguntan, y si no también, les diré que el Capitán empezó a morirse cuando salió de Marítima Valenciana, allá en 1997. Nunca lo superó. Se había quedado sin varios de los amores de su vida. De golpe. Estuvo en contacto con esta Redacción durante muchos años, y gustaba de dejarse caer por nuestras oficinas, a respirar algo de Puerto. A contarnos, a que le contáramos. Nos decía que le encantaría volver a trabajar en el Puerto, aunque fuera sin cobrar. Desde siempre trató con un especial cariño a este Diario. Sabía que teníamos la misma pasión por la sinceridad y el mismo desprecio a la adulación, el servilismo y la falsedad. No cuento con la justicia de la memoria colectiva hacia personalidades, personas, como el Capitán. Me la tomo por mi cuenta y te mando, señor Junquera, Señor, un abrazo mío y sé que de todo el sector que te conoció de verdad. Gracias Pancho.