Ya les adelanto yo, y esto es información pura y dura, que la calma que vivimos en estos momentos de incertidumbre normativa en torno a cuestiones de “vital trascendencia” como la estiba, el modelo de gestión portuaria, la regulación aduaneros, etc. no es más que el preludio de... nada. No, no esperen grandes novedades porque el tempo político es el que es y estos asuntos requieren una amortiguación de una legislatura a la vista, como mínimo.
Lo bueno de esta travesía del desierto es que podemos seguir trabajando con cierta tranquilidad, que no es poca cosa.
Mientras algunos se enfrascan en estúpidos, insípidos e improductivos debates sobre la centralidad de la gestión de los puertos o la conveniencia de dotar de mayor autonomía a las autoridades portuarias, hay quien prefiere pensar en global y dedicarse a trabajar.
Lo digo desde el corazón, hay debates en nuestro sector que no sirven para otra cosa que para agrandar el ego de quienes se enzarzan tratando de imponer su criterio.
La verborrea empleada en estos casos es sinónimo de ignorancia. Pensar que un modelo es mejor que otro y no dejar un ápice de duda sobre los criterios contrarios, da una muestra de la estrechez de miras con la que nos topamos en el día a día.
Se puede conocer perfectamente cómo funciona un modelo, cuáles son sus vericuetos y sus bondades, y desconocer profundamente el funcionamiento del mercado del transporte marítimo de mercancías, el día a día de las consignatarias, terminales, agentes de aduanas, operadores logísticos, navieras, transportistas, transitarias...
La mayor parte de las veces, quienes regulan y quienes hablan de lo que se regula, no son los que dan la cara con el cliente, los que tienen que justificar retrasos, la aplicación de determinadas tasas y recargos, la seguridad de la cadena logística, los daños sobre las mercancías; los que tienen que soportar decenas de horas de aeropuertos y vuelos para ponerse delante del asiático de turno que va a decidir si sigue contigo o se va con el otro; los que tienen que tragar sapos para que el cliente siga estando contento.
A todas estas personas, que son las que realmente sacan el sector adelante, les aseguro que lo único que les importa es que les dejen trabajar. Necesitan estabilidad y precisan facilidades, no trabas ni debates viejunos. ¡Qué hartazgo, de verdad!
Recuerdo con nitidez cuando en 1991 se implementó en España un nuevo modelo de DNI que dejaba atrás ese más grandote y azul vigente desde mediados de los años 50. Mi buen amigo Luis Miguel Notario (y antiguo compañero de esta casa, por cierto), escribió un artículo sensacional titulado “Las estrecheces del nuevo DNI” en el que narraba las peripecias que había tenido que pasar para estampar su firma en un espacio de 2x1 centímetros, delimitado además por un cartón grueso que impedía cualquier floritura.
El caso es que la fórmula del cartón prevaleció hasta que el ministro de turno (no recuerdo cuál, la verdad) tuvo que renovar su documento nacional de identidad y se mostró incapaz de hacer una firma mínimamente parecida a la suya en aquel espacio minúsculo. Sucedió algo así:
“-¿Es que nadie ha protestado o soy yo el único inútil que no puede firmar aquí?
- No señor Ministro, todos los días recibimos cientos de quejas al respecto.
- Y ¿por qué nadie ha dado cuenta de esta problema?
- Nosotros nos limitamos a trabajar y a cumplir con nuestra obligación.”
Cómo sería la cosa que a las pocas semanas se dijo adiós a ese viejo cartón (tampoco tengo claro si los nuevos métodos mejoran o empeoran el asunto).
Las personas que mantienen este sector no necesitan estrecheces, ni marcos de cartón que limiten su crecimiento. Quieren trabajar, que les dejen trabajar y que, de vez en cuando, alguien les escuche. No es mucho pedir.