Todo lo que hizo y todo lo que dijo el Papa Francisco durante su pontificado estuvo siempre cargado de un profundo simbolismo. Nada fue casual en la vida de un papa que buscó la coherencia en cada gesto. En la entrevista que concediera hace apenas un año a “La Freccia”, revista de Trenitalia, Francisco reconocía que una de las cosas que más echaba de menos como papa era viajar en tren. Junto a su icónica fotografía como obispo sentado en un vagón del metro de Buenos Aires, tomada allá por 2008, Francisco lamentaba no poder seguir viajando en tren para estar cerca de la gente, para escuchar, ver y palpar de primera mano sus preocupaciones y necesidades en el discurrir cotidiano.
Ha sido Francisco, no obstante, el papa que más ha viajado en tren durante un pontificado, en concreto durante sus viajes pastorales en el extranjero, y el papa que más ha impulsado este modo de transporte en el Vaticano desde Pío XI.
El primer papa de la historia que viajó en tren fue Pío IX, en el año 1859, cuando aún existían los Estados Pontificios y en el marco de una apuesta clara por expandir la red ferroviaria como moderno instrumento de comunicación. Aquel primer viaje tuvo lugar entre las estaciones de Porta Maggiore (Roma) y Albano (Castel Gandolfo), a bordo del “Tren Papal de Pío IX”, cuyos tres vagones originales se pueden visitar en el museo Centrale Montemartini (Roma).
El gran hito ha sido el uso logístico
No obstante, tuvieron que pasar casi cien años para ver el primer viaje en tren de un papa desde el Vaticano, gracias, antes de todo, a la visión logística del papa Pío XI, quien tuvo la audacia de exigir en los Pactos de Letrán que el Vaticano quedara conectado mediante una estación propia a la red de ferrocarriles de Italia. El Tratado de Letrán normalizó la relación entre Italia y la Santa Sede -dinamitada tras la Revolución Italiana y la reunificación de 1870- un acuerdo firmado en 1929 por Benito Mussolini y el cardenal Gasparri, en nombre de Pío XI, que otorgó la independencia a la Ciudad del Vaticano y puso fin al confinamiento del papa, con la estación ferroviaria como símbolo de apertura al mundo, si bien hasta hace poco su uso para pasajeros había sido testimonial, así como su uso papal.
El primer papa vivo en tomar un tren en la estación de Ciudad del Vaticano fue Pío XII con destino a Asís en 1951. Le siguió San Pío X, o más concretamente sus restos mortales, llevados en viaje de ida y vuelta hasta Venecia en 1959 para cumplir sus últimas voluntades. Hasta Asís también viajaron Juan XXIII (1962), Juan Pablo II (1979) y Benedicto XVI (2011). En el caso del Papa Francisco, también viajó a Asís en tren, en concreto en 2013, pero desde la estación de Roma Termini, como símbolo de cercanía y humildad, hasta el punto que desde Pío XII, Francisco ha sido junto a Pablo VI el único papa que nunca utilizó como pasajero la Estación de Ciudad del Vaticano. Ahora bien, en otro claro gesto, Francisco abrió en 2015 la Estación al público en general, con la puesta en marcha del tren turístico que con gran éxito conecta desde entonces los Museos Vaticanos y Castel Gandolfo. De igual forma, la idea original de Pío XI de convertir la Estación en un gran instrumento para la peregrinación fue hasta el papado de Francisco algo testimonial, haciéndose en cambio en los últimos años algo más habitual, con importantes peregrinaciones, sobre todo de niños, destacando la de 2024, con el papa alborozado despidiendo el convoy en el andén.
En cualquier caso, el gran hito silencioso de la Estación del Vaticano es su uso logístico, favorecido también por los acuerdos aduaneros defendidos en el Tratado de Letrán por Pío XI, que han permitido a lo largo de estos años con mayor o menor continuidad la logística ferroviaria de alimentos, medicinas, suministros litúrgicos, equipos de mantenimiento y para eventos, correo e incluso la logística inversa de residuos. Por cierto, sería interesante conocer la “cuota ferroviaria” del Vaticano, aunque tal vez aquí sí resistiríamos las “odiosas” comparaciones. De milagro.