Y en esa certidumbre nos movemos hasta que decidimos cambiar el enfoque para sumergirnos en contextos diferentes que nos permiten vivir otras realidades, otras maneras de comprender el mundo. O dicho de otra forma y sin palabrería barata: viajar. No sólo para desplazar el cuerpo de lugar sino también el espíritu.
Con esa idea, hace unos tres años me decidí a rastrear las huellas de Enver Hoxha por Albania, uno de los territorios más pobres y exóticos de Europa. Ya en Tirana, a las pocas horas de llegar en tren procedente del Puerto de Dürres, y mientras caminaba por el Bulevar de los Mártires de la Nación, que une las plazas Skanderbeg y Nënë Tereza, justo frente la pirámide erigida en honor al dictador comunista, me topé de bruces con el ejemplo del objeto descontextualizado, aquello que uno jamás espera encontrarse cuando se desplaza más de 2.500 kilómetros de su domicilio.
Desde cierta distancia, creí identificar el “Alba” que se leía en la trasera de un autocar aparcado frente a la pirámide como una abreviación de Albania, pero según me fui acercando, el rótulo de “Autocares Alba” encima de la dirección escrita de Bermeo, un pueblo pesquero a 35 km de Bilbao, con un número de teléfono que comenzaba por 94, me sumió en la perplejidad. El autocar estaba vacío y el chófer albanés, que apuraba un cigarrillo apoyado en un árbol del bulevar, no tenía ni idea de dónde estaba Bermeo ni, por supuesto, entendía mi interés por conocer cómo aquel vehículo había terminado en Albania. No imagino una excursión de turistas bermeanos en Tirana, por mucho que un grupo de vascos partieran a la conquista de Albania en el siglo XIV.
El autobús de “Autocares Alba” de Bermeo en aquel bulevar de Tirana me resultó un artefacto tan exótico a Albania como el camión de matrícula albanesa con la gran águila bicéfala que adorna su bandera nacional, serigrafiada en el remolque que vi circular la pasada semana en la autovía Bilbao-Santander
El caso es que el autobús de “Autocares Alba” de Bermeo en aquel bulevar de Tirana me resultó un artefacto tan exótico a Albania como el camión de matrícula albanesa con la gran águila bicéfala que adorna su bandera nacional, serigrafiada en el remolque que vi circular la pasada semana en la autovía Bilbao-Santander. Lo mismo que uno se pregunta cómo ha llegado un autocar de Bermeo a Tirana, se pregunta también cómo ha llegado un camión de Albania a Bizkaia. No porque no sea posible, sino por inusual. Se pregunta, en definitiva, los motivos que le han llevado a hacer tal desplazamiento. Tendrá seguramente una justificación, lo que no evita hacer una reflexión sobre el mercado del transporte de mercancías por carretera en determinados países europeos (de una UE a la que no pertenece Albania, por puntualizar), que incurren en prácticas prohibidas, dumping social e incluso esclavismo.
Así lo ha denunciado la eurodiputada Izaskun Bilbao, del Grupo Renew Europe (EAJ-PNV), y natural de Bermeo, a través de una iniciativa parlamentaria en la que insta a la Comisión Europea a que investigue y tome medidas contra el dumping que las principales empresas lituanas de transporte por carretera practican para competir en el mercado de la UE ya que el 90% de los cerca de 77.000 conductores que trabajan en ellas proceden de países que no forman parte de la Unión. Son chóferes de Ucrania y otras antiguas repúblicas soviéticas y la India que trabajan en condiciones que podrían calificarse como de esclavitud. Una situación que queda totalmente fuera de contexto en Europa, en Lituania, Albania, o cualquier otra parte del mundo.