Desata el fragor un progenitor cualquiera, con mesura y buen tino, en un mensaje dirigido a los anfitriones y no siempre inmediato, pues pueden pasar horas desde que se ha recogido a los niños: “Muchas gracias por todo y por el detalle. Martina se lo ha pasado fenomenal”. Hasta ese instante a nadie se le había ocurrido decir nada. Ahora bien, a partir de ahí se inicia un goteo primero lento y luego desesperado de mensajes sucesivos del resto de padres donde: uno, es obvio que no puedes callar, no puedes dejar de contestar, hay que decir algo, hay que ser agradecido; y dos, no puedes decir lo mismo, no puedes usar cualquier lugar común, tu mensaje tiene que ser especial, diferente, perfecto, por lo que se entra en una espiral aumentativa que termina en lo ridículo.
Así, se sucede el engorde: “Muchísimas gracias por todo y por el regalo. Martina se lo ha pasado genial”; “Infinitas gracias por la celebración y por el regalazo. Martina ha disfrutado una barbaridad”; “Gracias por el planazo. Martina está emocionada con el pedazo de regalo que le habéis dado a cada niña al final. Ha disfrutado como nunca”; “Millones de gracias. Habéis puesto el listón muy alto. Martina está entusiasmada y feliz. Sois absolutamente geniales”... Y así sucesivamente in crescendo hasta cotas inimaginables, que sólo se frenan porque el grupo de invitados es limitado, porque si fuera infinito llegaríamos, que se llega, a cotas del tipo “Martina lleva toda la noche llorando porque se terminó el cumpleaños”; “Martina lleva toda la noche rezando para que lo de hoy haya sido un sueño y el cumpleaños sea de nuevo mañana”; o “Martina lleva toda la noches escribiendo a los Reyes Magos para que le traigan unos padres como vosotros”.
El objetivo de todos los padres es el mismo y compartido. El resultado, en cambio, es el ruido y la distorsión por obra de un afán de diferenciación antepuesto que se revela absurdo e innecesario.
Créanme. La tentación ante la herramienta esencial para la competitividad logística del hoy y del mañana, la digitalización, es en estos momentos la misma: hay quienes afrontan este reto situando en lo más alto de la pirámide de prioridades el distinguirse con respecto a los demás, iniciando una escalada individual donde la teoría permite rozar la sublimación, sin darse cuenta de que en la práctica no hay mayor ineficiencia que quedarte solo.
Así, el mensaje es cada vez más contundente: por mucho afán de liderazgo, de distinción, de marcar distancia y de asestar golpes definitivos a balances y beneficios, debe haber por encima de todo un interés común de generar entornos compartidos donde todos los eslabones de la cadena logística, de forma práctica sencilla y accesible, operen digitalmente sin brechas y con una eficiencia que se multiplique por sí misma y sin imposiciones.
El objetivo es evitar miles de plataformas en inútil competencia, miles de lenguajes, miles de barreras, miles de obstáculos que nos harán perder la batalla con aquellos que sí sean capaces de situar en su justo término las ambiciones y las vanidades.
Por supuesto, la clave está en quién le pone el cascabel al gato, quién coloca la primera semilla aglutinadora, quién es ese primer padre o madre en torno al que se articula el “mensaje”, un líder, sí, o un visionario o un “listo”, pero al final un eje necesario a partir del cual sumar entre todos. Cualquier otra cosa en un grupo de whatsapp se llama guirigay y en la economía moderna, fracaso.