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He tenido un sueño

Cuando se supone que teníamos que elegir entre salud o economía está medio país tosiendo y sin un duro. Cada día falta más aire, para los bolsillos y para los pulmones, que ya no sé dónde se necesita más.

  • Última actualización
    22 octubre 2020 16:45

El virus nos golpea a todos en las dos familias, la laboral y la otra, y sigue creciendo y acercándose.

Conseguir clientes para, por ejemplo, una imprenta, se hace más y más complicado, porque, además de que la tarta se reduce cada día, porque el papel ya no se lleva, resulta que las empresas cierran y (¡los muy asquerosos!) usan eso como excusa para no pedir impresos. Los más de treinta inmensos profesionales de la comunicación que trabajan en Diario del Puerto han de trabajar más que nunca, para cobrar menos y dar gracias cada día por seguir teniendo salario. Ese es el panorama.

Nos rondan, despiertos y dormidos, pesadillas de futuro reales como la vida misma. Pesadillas de paro, de caída de castillos construidos durante lustros de trabajo, de volver a empezar otra vez, y otra vez, cuando los huesos ya no son los mismos, ni las ganas, ni los motivos. Pesadillas que continúan cuando uno despierta y lo que ve es mucho peor.

Paro, hambre, incertidumbre, cierres y ruinas se apoderan de los telediarios como un chapapote creciente, donde los políticos colaboran en lo que pueden: echando más porquería a la situación.

Pero a veces, algunas veces, uno se queda en brazos de Morfeo tan ricamente, porque para eso uno tiene la conciencia inmaculada. Como el bolsillo. Y sueña.

He tenido un sueño. Llegaba a trabajar y en ningún momento me tenía que preocupar por conseguir clientes. Lo de traer faena era responsabilidad de otros. Mi retribución, por seis horas, era justa y segura. Además, podía hacer partícipe de ese banquete de tranquilidad y bonanza a mis familiares y amigos. En ese sueño lo único sombrío era que alguien me obligara a despertar. Pero eso no era demasiado preocupante, cuando los que tenían el despertador, los políticos de turno, estaban más dormidos que uno mismo.

Igualarnos todos en la bonanza es lo deseable y no hay que renunciar nunca a esa lucha. Pero mientras, la aspiración pasa por buscar fórmulas de justicia. Maneras de que los que viven en un sueño no amarguen más la pesadilla a los que la viven cada día.

En el sueño no había clientes, ni jefes, ni empresa. Todo era por mí primero, y por todos mis compañeros. Hacía mi trabajo y a vivir. Hasta los 55 años. Que ya podría empezar a vivir, mejor. Como tiene que ser. Como tendría que ser. Siempre. Para todos. Y otra vuelta en la cama con una sonrisa bobalicona y cierto hilito de baba.

Luego, vino eso del despertar y constatar otra vez que el sueño era realidad y que los que lo vivían se habían empeñado en convertirlo en pesadilla.

Igualarnos todos en la bonanza es lo deseable y no hay que renunciar nunca a esa lucha. Pero mientras, la aspiración pasa por buscar fórmulas de justicia. Maneras de que los que viven en un sueño no amarguen más la pesadilla a los que la viven cada día. Y más en estos tiempos.

He tenido un sueño de vivir con sueldo justo, horario justo y jubilación temprana, pero sin fastidiar a nadie, dialogando para ver cómo se consigue capear el futuro y, si no se llega a un acuerdo, seguir dialogando, con buen talante y sinceridad por parte de todos.

Ahora ya solo sueño con despertar muy lejos de los puertos, tanto como para no poder ver que el sueño es real solo en parte, por tanto, es pesadilla en todo.