Hay muchos tipos de involuciones, aunque los papanatas del eufemismo nos vendan la moto de que involucionar también es evolucionar: “Todo es evolución, aunque sea marcha atrás”. Pues vale, lo que ellos quieran, pero no es lo mismo rectificar que fracasar, igual que no es lo mismo adaptarse a cada nuevo tiempo que, directamente, equivocarse de tiempo.
El paradigma para debatir sobre esta cuestión es el transporte aéreo, aunque a menudo lo olvidemos.
Si hace 40 años hubiésemos abordado el futuro de la aviación, sin lugar a dudas este hubiera pivotado sobre una variable esencial, la velocidad, y sobre un aspecto secundario pero no menos relevante, la comodidad.
Con estas premisas, el futuro era del “Concorde”. Y es que necesariamente el siglo XXI iba a pasar por una flota de aviones supersónicos capaces de reducir en varias veces las distancias entre todos los puntos y, por supuesto, a todo lujo.
Pues bien, transcurridos cuarenta años, no sólo viajar en avión es incómodo por definición, sino que lo más trascendental es que el “Concorde” y su velocidad son una pieza de museo. Aquel futuro murió y aún sigue muerto, aunque viajar más rápido siga siendo una de las premisas de la evolución.
Por tanto, la muerte del “Concorde” fue una involución y, todavía, no hay una respuesta comercial en el mercado que nos haga recuperar el tiempo perdido.
Por si esto fuera poco, hace unos días de nuevo el transporte aéreo nos ha vuelto a dar otro baño de cruel realidad.
Sumidos en la máxima que pronunciara el fraile Didon y popularizara Pierre de Cubertain del “citius, altius, fortius”, la evolución no sólo va por el camino del más rápido, más alto y más fuerte, sino también por la vía del “más grande”, subsumidos a ese principio incuestionable y evolutivo de las economías de escala.
En ese contexto, de nuevo imaginábamos, a 20 años vista, el globo entero surcado por panzudos trasatlánticos suspendidos del cielo con dos y tres plantas repletos de humanos saltando por el planeta de hub en hub.
Qué lógico parecía el A-380, ¿verdad? Qué obvio parecía que ese era el futuro, ¿no es así...? Pues no es así. Airbus ha anunciado la muerte del A-380 para 2021. Este desbordado gigantismo ahora mismo no tiene futuro y no parece que sea el futuro. Todo puede ser más grande... pero no tanto... al menos de momento.
Dicho lo cual, cuando las barbas de tu vecino veas pelar, ya saben, pon las tuyas a remojar. Es decir, señores del transporte marítimo, ¿realmente el futuro va a seguir siendo de quien lo tiene más grande? El barco, digo. ¿Y si nuestra proa se dirige frontalmente hacia una involución?
Lo digo porque, además, en el caso del modo marítimo, echar el freno al gigantismo excede el que un constructor tire por la borda un programa y las aerolíneas opten por renovar su flota con otro tipo de avión. En el marítimo se ha construido un mercado basado y condicionado por este gigantismo, alianzas incluidas. Un cambio de paradigma comportaría una revolución mucho más profunda que la mera apuesta por otro tipo de barcos.
Y, ojo, cualquier mecha puede desatar una explosión en cadena. En el “Concorde” fue un trágico accidente fruto de una minúscula pieza metálica en pista.
Aquí la chispa tal vez surja de la yesca de los nuevos combustibles. Tiempo al tiempo.