Las fechas señaladas son como los cayados de los pastores, sirven para conducirnos, para pastorearnos, generalmente hacia donde el consumo y los poderosos quieren.
Nosotros colaboramos moviéndonos entre los parámetros que nos marcan en cada celebración. Como el ganado en las granjas de engorde, salimos y entramos según nos ordenen, comemos lo que nos indican cuando nos indican y bebemos lo que nos mandan y cuando nos mandan, aunque a veces, lo confieso, hasta sin mandarnos nadie, bebemos más que los peces del villancico. Y cuando una fecha señalada se pasa, nos ponen la siguiente delante de los ojos. Caminamos hacia los puentes, las fiestas locales y autonómicas, las vacaciones o la Navidad, como zombis convencidos de que allí está la salvación. Vamos hacia esos días, siempre futuro, nunca presente, como si allí estuviera la oportunidad de hacer, al fin, algo único, grande y libre. Y si no lo conseguimos, que va a ser que no, volvemos a empezar.
En estos días estrenamos nuevo ejercicio. Nuevo año. Nueva etapa. Guiados por el cayado que manejan nuestros medios de comunicación. Esos medios que nos han convencido de que sólo tendremos sexo si nos ponemos ese desodorante. Que sólo podremos ser felices vía lotería. Que sólo nos realizaremos si compramos ese coche. Y que sólo tendremos chispa en la vida si la bebemos de la Coca Cola (digo yo que para chisparse igual hace falta echarle algo más al negro refresco).
Mientras, eso sí, hemos de seguir trabando como locos. Se supone que con tus manos, con tu trabajo, con tus méritos, no te vas a comer un rosco (donde esté la lotería...), pero... hay que trabajar, más y más cada día, empezando a comenzar una y otra vez, en especial cada septiembre y cada enero. De ahí nos viene la confusión que nos genera esta semana. Si todo depende de tomar Coca Cola, jugar a la ONCE o de apostar correctamente por tu equipo… a qué viene tanto trabajar. Algo no cuadra. Necesitamos nuevos cantos de sirena para volver a movernos. Aquí, en nuestro mundo laboral, en nuestra logística de nuestro corazón, la zanahoria es la jodida cuenta de resultados. Hay que mover más contenedores, comprar más camiones, ganar más dinero. Con todo esto, la mayoría ni se plantea el cambio, la ruptura, la creación de tus propias costumbres, fechas, dioses y religiones. Y no lo hacen, o no lo hacemos, entre otras cosas porque nos falta tiempo... y valor. Así que, trabajemos y veamos la tele, si no hay más remedio, pero con relativización. Que por mucho desodorante de ese que nos pongamos ni la vecina nos va a tocar nunca, ni la lotería tampoco. Ale, ya lo he dicho. Ni nos va a recordar nadie por nuestros méritos laborales en cuanto dejemos de ir un par de días al curro, ni vamos a pasar a la historia, por nada. Y casi mejor, porque los primeros nombres que me vienen a la cabeza como grandes personajes históricos, son todos, o fueron, unos hijos de su madre. Por tanto, celebremos la Navidad cuando queramos, cada tarde si podemos. Tomemos el sol siempre que haya sol. Y el whisky sin Coca Cola (verán que chispa más rica). Y sobre todo, si sabemos parar, paremos ahora que podemos, que luego, a determinadas edades, ya no sabremos parar, salvo cuando paremos de golpe. Entonces no tendrá mérito, porque no habrá sido decisión nuestra. Y estamos de acuerdo en que hemos de decidir muchas más cosas por nosotros mismos. ¿Verdad?