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La mala comunicación, los galgos y los podencos

No lo digo porque sea nuestra profesión, pero eso de comunicar es lo más o casi lo más de lo más. Comunicar bien, digo.

  • Última actualización
    03 diciembre 2020 18:28

Mala comunicación es distorsionar, tergiversar o mentir. De ahí vienen los grandes males del mundo mundial. Desde Trump al Brexit, desde los nacionalismos a los populismos, sin olvidarnos del COVID. Mala comunicación es, también, decir las cosas en el momento equivocado, de la forma equivocada o delante de quien no toca. En eso, por ejemplo, soy un auténtico campeón. Demasiadas veces he perdido la razón que pudiera tener por hablar más de la cuenta o por hacerlo con excesiva intensidad. Mientras sigo en la pelea por corregirme, me toca pedir disculpas un día sí y otro también. Una pena.

Otro ejemplo de mala comunicación son los silencios. La no comunicación es peor que la negación o una mala respuesta. Es dejar a la imaginación del receptor lo que tu silencio quiere decir. Si no contestan a nuestro mail, WhatsApp, o llamada… no duden que, si se hace reiterado, el demandante de comunicación se puede sentir especialmente dolido, menospreciado o despreciado. Duele, en lo personal incluso. Pero, además, esos silencios, administrativos o no, llevan a la reacción defensiva casi de inmediato. ¿Qué se habrá creído éste? ¡Cómo se le ha subido el cargo!... sin llegar al “vaustealamierda”, pero casi.

En muchos ámbitos de la vida logística, se precisa, por narices, la comunicación; cuando nos priva de ella un cliente o un proveedor, malo; cuando encima se supone que es un amigo o casi, peor.

Está claro que hay veces que no podemos atender a todo el mundo. Por supuesto. La solución está en bloquear a los cansinos. O poner a alguien que se dedique a contestar los mensajes. A comunicar. No hay directivo, político o jefe de Estado que llegue al cargo o se mantenga con una mala comunicación. Es más, auténticos desastres de personas han llegado a los más alto solo con el dominio de la comunicación, con buenos discursos, buenas campañas y buen uso de las redes sociales, por ejemplo.

Si seguimos sin comunicar entre las partes implicadas o centrando el debate en si son galgos o podencos, la estiba en vez de cambiar de modo controlado, se nos caerá a todos encima. De golpe

En nuestro sector estamos viviendo una de las crisis más intensas e interesantes que recuerdo en mis 34 años de faena. Y creo, miren por donde, que buena parte de la gravedad de la situación, de tener parado casi dos meses a uno de los principales puertos de España, la tiene la mala comunicación.

Los portuarios y los empresarios dicen que el conflicto se basa en una cosa, pero no es cierto. Los responsables públicos se creen que pueden hacer de Rajoy y dejar que semana tras semana el tema se pudra, sin decir prácticamente ni mu.

Esos silencios, al igual que los planteamientos distorsionados de unos y otros, han contribuido a la brutal huelga de Bilbao y el consiguiente fracaso total de todos los muchos implicados.

Se ha creado una situación que ha llevado a la estiba a un punto que no puede salir gratis a nadie. Alguien ha de pagar este desaguisado, y los portuarios, no solo los de Bilbao, tienen muchas papeletas.

El sistema actualmente establecido en la estiba ha de cambiar tarde o temprano. Aunque yo quizás no lo vea nunca. De lo que se trata es de si somos capaces de negociar para que ese cambio sea controlado y positivo para todos. Si seguimos sin comunicar entre las partes implicadas o centrando el debate en si son galgos o podencos, la estiba en vez de cambiar de modo controlado, se nos caerá a todos encima. De golpe.