Los inventores de la palabra, los retorcedores del lirismo, los pintores del lenguaje son hoy más deseados que nunca pero no para dar vida a los versos, sino para matarlos, porque el nuevo dios de la comunicación es la metáfora y el eufemismo es su primogénito, ya que el paraíso ya no es un vergel de serpientes y manzanas, sino un intrincado marasmo virtual donde se alzan los tótems de las fakenews y la postverdad.
En este contexto en el que hay que decir lo que no se quiere decir y por eso se dice otra cosa parecida, ojo, para que creas que es lo mismo pero lo sientas y vivas de manera diferente (esta frase, como ven, es un ejemplo más de la nueva poesía), cada discurso político, cada eslogan publicitario, cada artículo, cada vídeo, cada post o cada whatsapp son un poema interesado donde las palabras no son una ventana hacia la libertad del espíritu, sino una trampa hacia el despeñadero del engaño.
Ejemplos los hay infinitos, pues esta nueva poesía es rentable y adictiva.
Lo último, ya lo saben, es hablar de “nueva normalidad”, dos conceptos que aislados son profundamente tranquilizadores en esta época de brutal desasosiego y que, en cambio, juntos suscitan una pirotecnia falaz pero satisfactoriamente anestesiante.
Queridos rapsodas del Gobierno, no nos vamos a amilanar, que aquí también nos gusta juntar las letras
“Normalidad” es eso tan aburrido que, paradójicamente, hoy anhelamos tanto; normalidad es que todo sea como siempre, la misma rutina, las mismas pequeñas cosas que todo lo facilitan y la misma seguridad que antes nos hacía vivir despreocupados y libres.
Por su parte, qué decir de algo que es “nuevo”, un adjetivo maravilloso porque todo lo que es nuevo siempre es mejor en el imaginario, reciente, limpio, moderno, innovador, revitalizador, ilusionante...
De esta forma, si de repente ustedes juntan “nueva” y “normalidad”, pues ¡BOOM!. Es como si te metieras en la boca uno de esos inventos de Ferrán Adriá, todo estalla en un efluvio acaramelado de los cinco sentidos. Y es que, si logramos volver a como era todo antes y, además, encima es como nuevo e ilusionante, qué más podemos pedir.
La trampa estriba en que este concepto es un brutal alucinógeno porque la verdad, la única verdad, es que a partir del 1 de julio, ni nuevo ni normal. Todo va a estar igual o más viejo que hace dos meses dado el abandono por su inutilización, tanto lo material como lo espiritual y, lo que es más importante, con el virus aún campando a sus anchas sin vacuna y sin remedio, todo va a ser diferente, totalmente diferente, es decir, absolutamente anormal y, por ser más exactos, absolutamente subnormal porque vamos a quedar muy por debajo del mínimo de nuestra hasta ahora adorada cotidianeidad, y bastan las previsiones económicas para corroborarlo.
Por tanto, todo, nos guste o no, va a ser diferente y desgraciadamente peor. Y hasta aquí la cruel traducción al poema gubernamental.
Ahora bien, queridos rapsodas del Gobierno, no nos vamos a amilanar, que aquí también nos gusta juntar las letras.
Si nos estamos preparando para una nueva normalidad, está claro que vamos a necesitar una “nueva logística”, lo digo por no responder con lo viejo a eso tan nuevo y tan guay que ustedes nos anuncian. Por tanto, habrá que preparar esa nueva logística y, por tanto, habrá que preparar un plan de acción para adaptar ese sector logístico, con medidas económicas y operativas ante esa nueva normalidad, que si es nueva es por razones económicas y operativas. Me van siguiendo, queridos parnasos gubernamentales, ¿verdad? ¿Captan la esencia del poema o siguen en la parra?