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La sequía, ese vergel de la demagogia

  • Última actualización
    24 enero 2024 05:20

La falta de agua no todo lo agosta. Cuanto menos agua, más brota la demagogia; cuanta más sequía, más reverdece el populismo, más abono para la palabrería, más fertilidad para los lugares comunes y para la falacia interesada, más fotosíntesis para los labios de esos políticos y de, ojo, determinada prensa que si algo no saben es callar ante su irrefrenable estrategia de conjugar torpes silogismos.

En Barcelona, una de las premisas obsesivas son siempre los cruceros, seguidos de esa correlación diabólica de lujo, despilfarro, desfase, piscinas kilométricas, jacuzzis como circos romanos, mangueras de agua como aspersores mourinhistas que lanzan chorros al aire como si no hubiera mañana para que los cientos de miles de cuerpos musculados y bronceados no pierdan su perfecta capa hidratante de gotas refrescantes, con duchas por doquier que no descansan para esa turba que vive las travesías clorándose y desclorándose a todas horas con fruición, esa turba de collares de perlas y camisas guayaberas, esa turba enganchada a las fiestas infinitas de interminables cubiteras, desbordantes de pétreos hielos que a la hora máxima de desenfreno se lanzan por los aires sobre las pistas de baile mientras los cruceristas ríen a carcajada batiente al tiempo que se apresuran a abrir grifos a su paso a diestro y siniestro, que es lo que tiene estar forrado mientras surcas el Mediterráneo.

Y frente a esto, como siguiente premisa, Barcelona y la sequía, es decir, para qué queremos más.

¿Conclusión? Disparemos al tráfico de cruceros, como si de algo sirviera o, mejor, como si fueran los responsables de que en Catalunya no lloviera. Ante todo, es fundamental encontrar un pim pam pum en el que descargar hábilmente la frustración.

Inmersos en esta histeria, la Autoridad Portuaria de Barcelona salió ayer al paso con una milimétrica nota de prensa en la que se pone a todo el mundo en su sitio.

Por delante va ese compromiso proactivo con la industria crucerística para, en caso de que se decrete la fase de emergencia por la sequía, no se aprovisione de agua a los buques excepto en aquellos casos que sea estrictamente necesario.

Ahora bien, a partir de aquí, se desgranan una serie de contextualizaciones que se antojan definitorias.

En primer lugar, el 80% de los buques de crucero que atracan en el Puerto de Barcelona NO se aprovisionan de agua porque tienen sus propios sistemas de potabilización y plantas desalinizadoras. Por tanto, la casuística se reduce ya tan sólo al 20% restante de las escalas que resulta que comportan nada más y nada menos que un simbólico 0,09% de toda el agua que se consume en Barcelona.

Aún así, aún queriendo hacer guerra de este 0,09%, el citado compromiso proactivo habla de sólo atender a los buques que tengan una situación de extrema necesidad, estableciéndose el compromiso de derivar el aprovisionamiento a escalas previas o posteriores donde no haya emergencia por sequía, un acertado ajuste que no pierde de vista la Ley de Puertos, que establece que la autoridad portuaria está obligada a proporcionar agua a todos los buques que lo soliciten.

Queda claro que señalar a los cruceros encierra los mismos fundamentos que pretender cerrar todos los hoteles de Barcelona durante la fase de emergencia, o cerrar las llaves de paso en el Aeropuerto de El Prat o clausurar los baños en los centros comerciales de la ciudad condal.

Nada debe escapar a una estrategia global de ajuste en caso de emergencia. Mientras, señalar determinadas actividades sólo busca munición para otras tristes guerras entre puerto y ciudad.