La humanidad, insisto, lo está pasando mal y lo va a pasar peor por los bulos, las fake news y todo eso; lo que antes llamábamos putas mentiras. Dicen que el gobierno de Pedro Sánchez está intentando ponerle límite. Sin comentarios.
Entre todos hemos llegado a un consentimiento parcial o total de la mentira, siempre que venga de nuestro bando. Se extiende la idea de que pillar a alguien mintiendo, aunque sea un alto cargo del gobierno, no tiene importancia. Olvidan que la mentira es el caldo de cultivo perfecto de los extremismos, los populismos, los nacionalismos y los abismos. Todo estará perdido si la nueva ley no establece tanto perdón para el error como crucifixión para el mentiroso. Todo se pudrirá si dejamos que entre nosotros convivan manzanas podridas, llenas de bulos y falsedades.
No es fácil establecer reacciones radicales, como las necesitan los populismos, si nos basamos en la realidad. Los datos, los hechos, no suelen contener los extremos que los radicales necesitan para su propia existencia. En la vida real, en las distancias cortas, no hay tanto blanco ni tanto negro, tanto bueno ni tanto malo. Los grises y la buena gente sin más es lo que más abunda. Pero de eso no viven los extremistas. Necesitan apocalipsis, demonios y serpientes de mil cabezas para que el pueblo les siga hacia la derecha o hacia la izquierda, pero siempre hacia el abismo, por la vía de la desinformación.
Puede que no estemos de acuerdo ni con quien promueve lo que pretende ser una ley contra los bulos, ni con el momento ni con las formas ni con las motivaciones últimas. Lo que sí parece sensato es que exista mayor concienciación de que la desinformación, la inexactitud y la mentira nos pueden costar la democracia. Si no le damos importancia, todos y cada uno de nosotros, a la información, a la verdad... estamos perdidos.
Actualmente, casi la práctica totalidad de habitantes del planeta se ha convertido en un medio de comunicación. Todo el mundo tiene un móvil, por tanto, todo el mundo puede difundir lo que quiera: verdades, falsedades, odio o admiración. La responsabilidad que cada individuo tenemos en este tema sigue creciendo. A la obligación de elegir muy bien la fuente de información se ha de añadir la de asumir la responsabilidad total que tiene cada cual en el proceso de difusión de las mentiras. Ocurre que, una vez seleccionadas las fuentes de las que bebemos datos y opiniones, nos siguen llegando mensajes de fuentes no elegidas. No podemos decirle al cuñado, primo o compañero de la mili que nos saque del grupo de whatsapp o que no nos envíe más himnos, memes, alabanzas o defenestraciones, basadas en sus verdades. Lo que sí podemos es convertirnos, en todos los aspectos de nuestra vida, en buenos medios de comunicación. Y eso se consigue verificando fehacientemente lo que nos llega antes de enviarlo a otros o, sencillamente, no enviándolo, por mucho que el mensaje coincida con lo que nos gustaría que fuera realidad.
Es mucha faena, pero es ineludible. Aceptar las mentiras, dejarlas sin castigo, exaltarlas incluso, puede que genere una victoria parcial, un placer momentáneo, pero las promesas de un mundo perfecto a corto plazo, basándose en las posiciones extremas y las mentiras, generan, así nos lo ha mostrado la historia, una realidad catastrófica a medio o largo plazo. Las guerras, las epidemias y otras catástrofes, tienen su base en la mentira. Mienten los particulares, muchos medios de comunicación y las redes sociales. Distinguirlos y extinguirlos es lo que nos toca. Caen ellos o caemos todos.