Es bien sabido que la primera vez que emprendemos algo deja una huella imborrable en nosotros. Así fue mi primer barco consignado. Aquel barco quedó grabado en mi memoria de tal forma que hoy, habiendo transcurrido más de setenta años, aún lo recuerdo como si fuera ayer.
Todo comenzó en 1948, cuando cumplí los 17 años. Me puse a trabajar en la agencia de Aduanas “Hijo de Antonio Montesinos”, que despachaba los buques de Naviera Pinillos de “Aduana, Comandancia y Sanidad”. Me encargaron que me ocupara del despacho de estos buques, que escalaban en Valencia semanalmente. Esto me permitió saciar mi afición por la mar, conocer capitanes, tripulaciones y, sobre todo, “pisar muelle”.
Con independencia del excelente trato que siempre recibí en dicha agencia de aduanas, yo no veía un futuro claro para mí. Por lo que me marché y me di de alta como Consignatario de Buques, que era mi obsesión, aunque yo no tenía la representación de ningún armador.
En el atraque de Naviera Pinillos (Transversal de Levante Interior), yo observaba que había siempre una partida enorme de paja, en pacas, con destino a Melilla. Semanalmente se embarcaba una muy pequeña cantidad de esta mercancía en los buques de Naviera Pinillos. Averigüé que el cargador era el agente de aduanas José Montañana y que estaba desesperado por que no podía embarcar las cantidades que le reclamaban desde Melilla. Me fui a su despacho, donde tuvimos una larga conversación en la que me confirmó su desesperación por no poder embarcar mayores cantidades de paja. Le dije que por qué no fletábamos un barco y cargábamos, en un solo embarque, toda la partida de paja para Melilla que había sobre muelle.
Me contestó que él no tenía ninguna experiencia en fletamentos, pero que le parecía una idea muy buena. Le dije que necesitaba unos pocos días para informarle.