Somos así. Los seres humanos, digo. Cada cual quiere su momento de gloria. Pasar por la vida dejando huella, aunque sea después de haber pisado donde no debes.
A los tímidos, a los que sólo aspiramos a que nos dejen en paz, nos llama la atención esa pasión de la gente porque le miren. Desde críos, lo que más se repite es eso de “Mira papá lo que hago. Mírame mamá. Mira, mira”. Todo menos reconocer que no somos absolutamente nada. Y menos que vamos a ser. Es que, en general, mola lo suyo eso de ser el centro de atención. Atraer las miradas. Iluminarte con focos y hablar ante el micrófono. Distinguirte de los demás. Algunos y algunas hasta se casan con tal de conseguir vivir un día en el que todos te miren y te digan lo guapa que estás o lo bien que te queda el traje. Aunque nunca sea absolutamente cierto. En nuestras ciudades, en fiestas, cada calle tiene su charanga, su hoguera, sus luces. Y si la calle es larga, se parte por sectores. Así se consiguen charangas insufribles, hogueras ridículas y luces sin brillo, pero son mi charanga, mi hoguera y mi luz. Y cada tramo de calle tiene su comisión de festejos, su directiva y… su presidente. Qué no falten presidentes. Si en una comisión hay discrepancias se dejan de hablar y cada cual se pone a tramar la creación de su propia comisión, asociación, grupo, sector, pedazo, cacho o trozo. Así hasta ser presidente de la nada, pero presidente. En nuestro sector a veces parece que suceda lo mismo, o casi. Todos los puertos quieren sus variadas, amplias y costosas terminales. Sin que importe que al lado haya una vacía. No es la mía. Y yo quiero la mía. Mi aeropuerto, mi tren, mi acceso, mi autovía. Si mi asociación no es tal cual yo quiero, como solución creo otra, más pequeña, pero con un presidente cojonudo… yo mismo, qué casualidad. Y así sucesivamente. El sector logístico necesita coordinación y unidad. La optimización de las inversiones es la clave para conseguir la rentabilidad que nuestra logística puede llegar a dar. Menos puertos, menos aeropuertos y mejores conexiones entre ellos. Esa es la clave. Para conseguirlo haría falta menos asociaciones, menos grupos de presión y… mejores conexiones entre ellos. Aún sabiendo que me puede caer la de el pulpo en cuanto algún presidente sienta su trono vibrar, creo que en este caso, como en otros, menos será más. Podemos pensar que somos nosotros los que decidimos qué terminales de contenedores ponemos dónde, cuántos puertos de interés general soportamos en el país, o cuántos aeropuertos por cabeza pueden mantener nuestros impuestos. Pero siento mucho hacer como el Baltasar de Andoain y quitarles la confortable ilusión que da el autoengaño: Señores, los reyes son el mercado. Ese que cuenta cada vez con más grandes y más selectivos buques. Ese que no tiene más presidente que la cuenta de resultados. Ese que hace años que practica lo de que menos barcos son más. Más beneficios, más sostenibilidad, más economía de escala… trabajando, miren por dónde, en menos terminales y menos puertos. La economía elimina fronteras, globaliza mercados, une empresas, optimiza recursos. No deberíamos seguir, al menos en nuestro mundo, atomizando el suelo en el que nos basamos, sobre todo si queremos construir sobre él. Máxime si los que deciden dónde se construye no somos nosotros, aunque seamos el presidente de no sabemos qué.