Verano. Año 1995. Mi heredado discman Sony no dejaba de reproducir una y otra vez el mismo disco. Si hubiera podido salir corriendo seguro que hubiera sido un discman a la fuga. Mi madre se preguntaba por qué no dejaba de acarrear con él allá a donde iba, enganchándolo como podía a mis shorts sin bolsillos. Mi padre no daba abasto a comprar pilas (sí papá son de las pequeñas, pero no de las que son súper pequeñas). Los auriculares formaban parte de mi cabeza y la mayoría de las veces me tenían que repetir (gritar) las cosas porque, ¡oh sorpresa!, estaba escuchando música y no me enteraba de nada, ni de los “a poner la mesa”, ni de los “dónde estás”, “ayuda a tu hermano”, “ baja a comer” o “¿has acabado con tus tareas?”
En la tele veraniega nuestros referentes eran Miguel Indurain que ganaba su quinto Tour de Francia y Arancha Sánchez Vicario que era la primera española que encabezaba la lista de las mejores tenistas del mundo. El Grand Prix de Ramón García llegaba a nuestras vidas, todos cantábamos en el karaoke de Telecinco y el fútbol tenía a Valdano y Aragonés como entrenadores. Hasta había polémica porque se iba a ampliar el número de equipos en Primera por un rollo de avales, menudo follón se armó, y lo más fuerte de todo: ¡yo veía fútbol! Un año antes había llorado de lo lindo tras el codazo de Tassotti a Luis Enrique en el Mundial de Estados Unidos que había visto a diario con mi yayo. Hasta una porra teníamos. Tras la eliminación de España, yo iba con Suecia. No gané.
Pero ese verano de 1995, antes de tener que elegir mi futuro (el Selectivo y la universidad estaban ahí pero todavía había tiempo para cambiar de idea), mis intereses se centraban en mis amigas y amigos, y mi banda sonora la marcaba Alanis Morissette y su “Jagged Little Pill” que había llegado a mi vida con sus letras, su guitarra y su pelo largo. Sus melodías y estribillos se atropellaban en mis labios, que sabían lo justito de inglés, pero sentía que lo que decía, que las ganas con las que hablaba de la vida, del amor y de levantarse cada vez que te tropezaras en el camino, eran cosas reales, que me pasarían en breve, porque “yo ya era mayor”. Además, era una música que en mi casa solo escuchaba yo, y eso que mi madre era, y es, muy de Los 40 principales y en la radio sonaba siempre Nirvana, Seguridad Social, Aerosmith, The Cranberries, Madonna, Antonio Flores, Luz Casal, REM, Laura Pausini, Los Rodríguez... los que estuvieran en “Del 40 al 1”. Pero, en ese momento, en ese lugar, con mi elección de la canadiense, comenzaba a caminar sola. Era mi primer disco de mayor, comprado con mi paga semanal y tolerado (una canción bien, más...), pero no compartido, en los viajes familiares en coche. Me independizaba de los gustos paternos, así que, auriculares y a disfrutar. Todos. Padres e hijos.
Muchos de ustedes seguro que me comprenderán porque o lo vivieron entonces o lo hacen ahora con sus hijos, porque los adolescentes y sus auriculares eran una realidad entonces y lo son 25 años después.
¿Y por qué les llevo a este viaje a mi pasado? Pues porque esta semana se confirmaron las fechas de los conciertos de Alanis Morissette en España (ya tengo las entradas). Una gira que viene precisamente a conmemorar los 25 años de aquel disco que me acompañó en el viaje de crecer, con canciones que hablaban precisamente de eso, de una chica que buscaba y se hacía su sitio; que le cantaba las 40 al capullo que la dejaba tirada y que aprendía de todo porque no era perfecta ¡y no pasaba nada! Por cierto detrás de aquel disco estuvo el sello fundado por Madonna, otra mujer que también se hizo su sitio.
Y ustedes, ¿no tienen ese disco que les hizo clic y que no podían dejar de escuchar? ¿Cuál? Regálense unos minutos para dar un paseo por los recuerdos. Les garantizo que una sonrisa aparecerá en sus rostros de forma inevitable. No se retengan. Abran Spotify, búsquenlo y vuelvan a ser teenager unos minutos. #momentoremenber