Cada vez soy más fan de la Justicia. Ya sé que estamos sumidos en plena vorágine 4.0 de reivindicación del consenso, el diálogo, la empatía, la inteligencia emocional, la comprensión, la generosidad, la resiliencia y demás pancartas grafiteras de los valores democráticos, los derechos fundamentales y demás pilares que nos sustentan.
Bravo por quienes mantienen intacta la fe en estos principios, pero los hemos pervertido por mutación para transformarlos en armas, cuando debieran ser instrumentos.
Por eso, qué quieren que les diga, ahogados entre tantísima palabrería y tanto tiempo perdido, a mí me suena como agua de mayo el “y punto” de la Justicia, es decir, el hasta aquí hemos llegado, el campana y se acabó de tanto dime y direte, el quieto todo el mundo porque la espada de Salomón corta por aquí y saja por allá y ya no hay más cera que la que arde, todos convencidos con la nueva posición del sol y su Antequera y a seguir trabajando y dejando de perder el tiempo.
El atajo es irrefrenable y lo vemos en la política y los vemos de manera exponencial en la logística. Tenemos dos ejemplos claros ahora mismo: el transporte por carretera y la estiba portuaria.
Del primero, les damos buena cuenta esta mañana en un reportaje en estas páginas, poniéndose de manifiesto cómo sin ir más lejos el ROTT, marco esencial del transporte por carretera en España, ve desmoronarse en estas últimas semanas algunos de sus pilares fundamentales a golpe de sentencia.
Del segundo, qué decirles que no hayamos ya desgranado en esta columna. Si acaso, abundar en cómo absolutamente todo el entramado jurídico nacional y comunitario se ve inmerso en este conflicto sectorial y en los distintos conflictos locales: Audiencia Nacional, Tribunal Supremo, Tribunales de Arbitraje, Tribunales de Conciliación, CNMC, Tribunal de Justicia de la UE... Todo está tan enquistado, tan manipulado, tan destrozado que la única manera de construir es recurrir ya de forma permanente a la Justicia. Aquí paz y después gloria.
Ahora bien, se lo confieso, la Justicia es adictiva y como todas las adicciones a corto plazo genera profundo placer y paz mental, pero los destrozos por su abuso pueden ser tremendos con ir un poco más allá y atisbar el horizonte.
Y es que en este país nadie quiere ya dar un paso si no es con una sentencia por delante. Ya nadie se atreve a avanzar sin el respaldo de un juez y, lo que es peor, ya nadie deja avanzar porque todo se recurre y todo persigue apropiarse del “y punto” judicial.
La Justicia es adictiva y a corto plazo genera paz mental, pero los destrozos por su abuso pueden ser tremendos
Lo peor, además, no es cuando la Justicia actúa para desbloquear, sino cuando se recurre a ella como arma de bloqueo y paralización y, lo más importante, sin obviar que la Justicia no tiene por qué ser quirúrgica. Una llamada a los Tribunales es una caja de sorpresas donde puedes salir con el castillo indemne, con un almena trasquilada o, como a veces pasa, con una bomba atómica bajo el brazo que todo lo arrasa y te hace tener que empezar de cero.
Volvemos aquí al inicio de la columna y a la importancia del diálogo para encontrar consensos que impidan caer en la tentadora judicialización.
Pero ojo, esto no basta. A nivel político, social e incluso logístico estamos cansados de quienes por error, por inutilidad, por incapacidad o por avieso interés no confesado trajinan en busca de su paz y en contra de la paz general que tiene a las leyes como garantes. Son quienes no saben o no quieren saber aplicar las leyes, contra los que también hay que luchar si no queremos terminar tragando o, como vemos, judicializando.
Y, eso sí, mientras todo se siga eternizando y envenenando, bendita Justicia y bendito Salomón.