Si conjugamos el hecho de que no se permite ya ampliar los espacios operativos portuarios, por la creciente y justa sacralización del mar y su entorno, con que el comercio internacional no va a parar de crecer... tenemos claro que habrá que usar la imaginación para atender a esos tráficos en aumento. Las normas actuales nos llevan a un corsé en el que ya no se podrá mover el tráfico marítimo del futuro inmediato. O repartimos las exigencias medioambientales o convertiremos los puertos y su congestión en meras salas de espera.
La cuestión medioambiental y tal es, sin duda, un problema global, del globo, de todos. Las medidas que se aplican al transporte marítimos en cuanto a control de emisiones y derivados, sumado a la presión social contra el crecimiento de los puertos, no se corresponde con lo que se exige a otros modos de transporte. Apretar mucho a los buques y nada a otros medios es como echar el agua al otro lado de la verja. No sirve de nada.
Las mismas medidas escrupulosas que se aplican al mar deberían aplicarse en tierra en, por ejemplo, las ciudades, que es, creo, donde mayor número de personas respiramos.
Solo dos ejemplos, porque no me caben más. ¿Por qué los taxis pueden circular eternamente por las ciudades, con o sin pasajero, ocupando un espacio cada vez más precioso y ensuciando un aire cada vez más sucio? El motivo original para que los taxis den vueltas por la ciudad era que los pueda ver quién los necesite. Ese motivo ha quedado totalmente obsoleto con los actuales sistemas de comunicación. Quietecitos en varias bases, a la espera de que alguien les llame, sería la solución acorde con los tiempos actuales. Nos ahorraríamos las toneladas de contaminantes que vierten esas vueltas exhibicionistas para conseguir que los vean, cuando la geolocalización es ya más efectiva y precisa que la vista, además de llegar más lejos que el ojo.