Calentitos pero incómodos como estamos en estos tiempos de los lodos, nos olvidamos pronto de los tiempos de los polvos, contumaces como fueron en los panegíricos y en las cruzadas y donde los estandartes iban blasonados, entre otras ocurrencias, con las armas idolatradas de la estiba belga.
Era la España gubernamental Judas y Pilatos al mismo tiempo, kamikaze y verdugo, un trasunto cruel de llamas a lo bonzo y piromanía forestal simple y llanamente porque éramos tan estúpidos de ignorar la senda belga, de rechazar su paradigma de la diplomacia y del pragmatismo, su encarnación misma del guante blanco y el mazo dando y, eso sí, sin posibilidad del dios rogando porque Dios eran ellos mismos, los belgas, Tintín, Godiva, Poirot, Balduino, Fabiola y el Manneken Pis frente a esa estúpida Comisión que se dejaba engañar por el país anfitrión mientras que, en su incursión en territorio español, nos empalaba con ejemplaridad y, sobre todo, con nuestra aquiescencia.
No es que fuésemos Boabdiles que no supiéramos defender lo nuestro. Es que éramos Bellido Dolfos a las puertas de Zamora, apuñalando a ese Rey don Sancho que es la estiba, episodio donde huelga decirles quién ejerció el papel de doña Urraca.
Qué elocuencia, qué clarividencia, qué petulante y llano desparpajo destilaban algunos en aquellos corros del Consejo Económico y Social, donde los palmeros de la negociación aleccionaban a los periodistas generalistas sobre por qué España había optado por el suicidio traidor, por el cadalso luxemburgués, mientras Bélgica permanecía enhiesta en su pedestal a pachas con la Comisión Europea y trajinando un acuerdo con garantía laboral, de futuro, en definitiva, el paraíso terrenal.
No voy a discutir ahora ni qué era ni qué es lo mejor para la estiba, ni mucho menos qué era ni qué es lo mejor para España. Sólo quiero poner en evidencia que ese obvio disfraz con el que actuó la Administración, esa meridiana y hartamente comentada careta con la que nos abrimos en canal para dejarnos hacer por el Tribunal fue mucho más pragmática y mucho más coherente que haber seguido con el autoengaño y el tiempo perdido, pútrido en una incertidumbre que ya de por sí nos atenaza ahora mismo, así es que imaginen si siguiéramos por el sendero belga.
Seis años después de nuestra sentencia, aquella Bélgica del tejemaneje y de la patada hacia adelante finalmente ha terminado exactamente en el mismito sitio que España, es decir, el mismo tocón de madera, el mismo verdugo, la misma hacha y el mismo filo
Más que nada porque seis años después de nuestra sentencia, aquella Bélgica del tejemaneje y de la patada hacia adelante finalmente va a terminar exactamente en el mismito sitio que España, es decir, el mismo tocón de madera, el mismo verdugo, la misma hacha y el mismo filo para cortar de raíz lo que en este caso el ponente del TJUE ya ha advertido que es un mercado cerrado, administrado sin respeto a la competencia por una comisión paritaria de empresas y sindicatos donde se hace y se deshace sin libertad. ¿Les suena?
Pues esto era y es Bélgica, esto es la falacia que nos vendían los sindicatos, que nunca hablaban de ello porque la estrategia era y es la misma. Lo hemos dicho hasta la saciedad: ganar tiempo.
Seis años mínimo habrían ganado si hubiéramos intentado la senda del contubernio belga. Seis años y luego partiendo desde cero, pues no olvidemos nuestra trayectoria a partir de la sentencia, un proceso de reforma lento y enquistado, donde todo ha cambiado pero no termina de cambiar nada, un manzano a punto de estallar que esperemos que esta mañana en Luxemburgo el TJUE vuelva a agitar.