Menú
Suscripción

Nuevos horizontes

  • Última actualización
    28 mayo 2025 05:20

Trabajando en la agencia de aduanas y como me gustaba mucho la mar, buscando nuevos horizontes decidí estudiar la carrera de Náutica. Aprobé el ingreso en la Escuela de Náutica de Barcelona en junio de 1947.

Comenzaron los viajes a Barcelona. Trabajaba de día y estudiaba de noche. Los tres años de carrera a mí me costaron el doble, pues iba examinándome por asignaturas.

Mi madre era viuda con cuatro hijos y yo no quería generarle gastos con mis viajes. En aquel entonces la carretera de Valencia a Barcelona era pésima. Gracias a eso Valencia y Barcelona estaban unidos por mar a través de dos flotas de motoveleros de Naviera Mallorquina y Naviera Fos, que efectuaban continuas salidas en ambos sentidos. En Valencia atracaban en el Muelle Aduana.

Pensé si me podrían llevar y traer a Barcelona gratis. Hablé con un patrón. Era de Torrevieja. Se quedó pensando mucho tiempo. Me recordó que ningún motovelero estaba autorizado a llevar pasaje. Finalmente me dijo: “De acuerdo”, pero debía presentarme a bordo con mi maleta a las dos en punto de la tarde. Me explicó que a esa hora cambiaban la guardia los dos confrontas de la Guardia Civil y se metían ambos en la caseta para darse las novedades del cambio de guardia. Ese sería el momento de embarcar sin que me vieran. Así lo hice. El patrón recogió mi pequeña maleta y se la puso en su camarote. En Barcelona era más fácil, pues la Guardia Civil controlaba menos el tráfico de cabotaje.

De estos viajes, en primer lugar, recuerdo con agradecimiento que todos los patrones me ayudaron enormemente.

Yo tenía un íntimo amigo, Vicente Giménez, que también estudiaba náutica y su padre era patrón.

Nos recomendó al patrón del “Santa Elena” para que nos llevara a Barcelona. Así lo hizo. Este barco era de casco de hierro, un poco más grande que los motoveleros. Llevábamos una gran cubertada de cestos de naranja. En cubierta se había dejado un pasillo como un túnel central hasta el castillo de proa para que la tripulación pudiera acceder a sus camarotes y también a la maniobra de atraque. Dicho pasillo central tenía otros pasillos más estrechos, a banda y banda que llegaban hasta el costado, pero todo bajo una enorme cubertada debidamente tapada con encerados y bien trincada.

Cuando se tiene el control de algo, no es para hacer lo que más nos convenga

Salimos de Valencia sobre mediodía. A Vicente y a mí nos daba vergüenza pedir comida al cocinero, ya que nos llevaban gratis, pero a media tarde ya no podíamos más de apetito. Nos colocamos en un pasillo interior bajo de la cubertada. Junto a la banda nadie nos podía ver. Empezamos a coger y comer naranjas de diferentes cestos para que no se notara la falta. Las cortezas las arrojábamos a la mar por un imbornal. Comimos muchas naranjas. De repente oímos pasos que se acercaban por el túnel central. Era un marinero. Se acercó a nosotros y nos dijo: “Dice el patrón que no coman tantas naranjas que les pueden sentar mal”. Y se volvió al puente. Vicente y yo nos quedamos de piedra. No habíamos pensado que las cortezas flotaban y desde el puente las veían pasar hacia popa cuando las tirábamos por el imbornal.

Recuerdo también un viaje de Valencia a Barcelona a bordo de un motovelero muy pequeño, el “Virgen del Consuelo”. Mas que motovelero era una balandra. El patrón que lo mandaba era el padre de mi amigo Vicente Giménez, que también venía a bordo. El patrón nos tenía a los dos escondidos en su camarote, pero podíamos ver y oír lo que sucedía. El armador tenía un tráfico de caolín a granel desde Valencia a las fábricas de vidrio de Barcelona. Estábamos atracados en el Transversal de Poniente Exterior Morro cargando de noche y recuerdo que el patrón le rogaba al armador, que estaba en tierra, que no cargásemos más, ya que fuera había mal tiempo según le habían comunicado otros patrones. El armador no le hacía ningún caso y seguía dándole ordenes al gruero: “Tírale una grapinada más”... El patrón le dijo muy seriamente: “Hemos sobrepasado el disco”, y el armador le contestó: “No pasa nada, de noche la pareja de la Comandancia no trabaja”. El patrón se puso muy serio con el armador amenazándole que no salíamos a la mar en esas condiciones. Finalmente paró la operación portuaria y se fue a su casa. El patrón nos explicó que el caolín se pesaba a la descarga en Barcelona y el armador cobraba según peso resultante.

Tardamos mucho en salir pues se había hecho una gran cubertada que hubo que tapar cuidadosamente con encerados y trincarla fuertemente. Nada más salir a la mar de madrugada empezamos a encontrar viento mistral (N.O.). Dábamos fuertes bandazos y cabezadas. Lo peor fue cuando llegamos al Golfo de San Jorge (desembocadura del Ebro), donde el mistral arreció y nos costó mucho pasarlo. Los golpes de mar nos cruzaban la cubierta de banda a banda, por lo que el patrón puso dos marineros a trabajar con las bombas de achique. El barco iba sobrecargado de peso...

Este viaje fue duro, muy duro y me hizo reflexionar. Cuando se tiene el control de algo, no es para hacer lo que más nos convenga particularmente, sino para hacer siempre lo que se deba hacer.