La logística es, sin duda, la industria que mejor representa a nivel global que sólo hay éxito si triunfa la colaboración.
Ahora bien, estamos acostumbrados a la cortedad de miras de limitar el significado de colaboración a coordinación, cuando en su verdadera esencia hay valores como la compartición o la transparencia que son claves para multiplicar la competitividad de una cadena logística.
El problema es que vivimos encastillados en lo que habitualmente se denomina “legítimos intereses”, que se multiplican en un sector donde concurren infinidad de eslabones.
Nada se puede decir sobre los intereses ligados a la contribución particular de cada eslabón a la cadena logística. Ahora bien, cuando los intereses proliferan en torno a los citados valores que dan razón de ser a dicha cadena, esta salta por los aires o, como mínimo, ve seriamente afectada su competitividad.
Ha dado lugar la evolución natural a que el destino sectorial pase por la digitalización y que su esencia discurra en sentido diametralmente opuesto a los intereses particulates.
El futuro logístico nos enseña que no habrá coordinación sin digitalización pero, aún más importante, no habrá digitalización sin compartir, sin transparentar o sin neutralidad.
Debemos pensar que el ámbito donde gestionar el dato ha de ser neutral. Si no hay lugar para la neutralidad no hay defensa del interés general
Esto nos debería llevar a pensar que la digitalización en la logística se enfrenta a un camino expedito de irrefrenable y rauda implantación pues se actúa en la esencia de esta actividad.
Pues bien, nada más lejos de la realidad, porque el día a día nos demuestra que los intereses particulares priman por encima de los generales, que el cortoplacismo y las inercias no dan tregua a las altas miras y al riesgo del cambio y que, en definitiva, esto siempre fue de crecer, diversificar, concentrar, verticalizar, todo “legítimamente” consagrado pues de todo se puede hacer negocio.
Y aquí llega el bloqueo, porque en todo aquello que se pone en común no encajan bien los intereses particulares.
El dato es el gran recurso natural del nuevo siglo, pero el dato no genera todo su valor si no se comparte, si no se transparenta. Estamos en nuestro derecho de no querer compartir los datos para no perder clientes, para ocultar/proteger determinadas actividades o para no tensar a otros eslabones de la cadena. Ahora bien, en ese momento convertimos la digitalización de la cadena logística en una burda transformación del papel en bits, cuando la verdadera digitalización es la del dato compartido y transparente para multiplicar la eficiencia que genera su conocimiento.
No habrá coordinación sin digitalización pero, aún más importante, no habrá digitalización sin compartir, sin transparentar
A partir de aquí, debemos pensar que el ámbito donde gestionar el dato ha de ser neutral. Si no hay neutralidad en las plataformas, hay intereses de parte y si hay intereses no hay ni plena confianza, ni defensa del interés general, esencial en la logística digital.
Por todo ello no termina de cuadrar el convertir en negocios privados y lucrativos las plataformas llamadas a presidir la digitalización de la cadena logística, pues el legítimo interés particular primará sobre el interés general.
De ahí que a nivel nacional y, sobre todo, a nivel supranacional puede que cobre cada vez más sentido que la logística digital se pueda desarrollar en una gran ágora global, estandarizada, segura y neutral, accesible y democrática, pilotada, por qué no, por un contexto como Naciones Unidas.
Costará mucho llegar hasta ahí, pero todo lo que no sea este esfuerzo altruísta y generoso sólo servirá para que las plataformas se queden vacías o, a lo peor, se bloqueen o se frenen.
España, ausente de los grandes foros globales al respecto, vemos que de momento camina con voluntarismo pero por la senda de soluciones parciales para las que se pide actos de fe que el tiempo, por de pronto, no regala.