La política es una trituradora, por lo tanto, los puertos, ídem. Es lo que tiene su consideración de interés general, a partir de lo cual es difícil escapar de la teoría y práctica de la “designación digital”.
Quedan así sometidas las presidencias de los entes portuarios a, ante todo, los vaivenes del vulgo, pues como electores somos nosotros los últimos culpables de otorgar la responsabilidad a quien agita el “dedazo”. No lo olvidemos: cuando votamos a un partido también estamos decidiendo si continúa o no el presidente del puerto y en qué condiciones.
Por tanto, parece conveniente no rasgarse en exceso las vestiduras y asumir que si queremos puertos públicos (no abramos este debate) no queda más que asumir en líneas generales las penas y alegrías de los nombramientos públicos, por cierto, no haciendo histeria de si las competencias autonómicas ahondan aún más si cabe el problema que las estatales, pues en los últimos 27 años este país ha tenido, por poner una referencia, hasta seis ministros de Fomento /Transportes, es decir, exactamente la misma media en dicho periodo que cada autoridad portuaria. O sea, para todos rigen las mismas reglas.
Incluso aquellas más oscuras o hasta las más mundanas. Es decir, aquí fluyen las mismas ambiciones, las mismas puñaladas, las mismas corrupciones, las mismas cobardías, los mismos pesebres, las mismas cuentas pendientes y las mismas inutilidades que en otros rangos de la política, a lo que hay que unir los que se deprimen, los que se cansan, los que se jubilan, los que pierden la cabeza o los que se aferran con y sin agua caliente, por reflejar otras realidades tan obvias como cotidianas.
Asumido este punto de partida portuario y teniendo claro que los puertos “políticos” nos exponen a las “miserias políticas”, es obvio que de forma paralela transitan en la gestión infinidad de bondades como la honestidad, el conocimiento, la experiencia o, como mínimo, el espíritu bienintencionado, que abundan y mucho en el servicio público, lo que debe llevar a preguntarnos, más allá de nuestras condenas, cómo podemos potenciar las bondades en la gestión portuaria y cómo podemos acorralar las miserias.
¿Las respuestas? Nos las da la experiencia. Dos ejemplos.
¿Cómo podemos potenciar las bondades en la gestión portuaria, cómo podemos acorralar las miserias?
Primero, la duración en el cargo. La realidad nos demuestra que la continuidad garantiza efectividad en la gestión portuaria pues un puerto es, aprendámoslo de una vez, visión y largo plazo. No tiene sentido en este ámbito limitar los mandatos, como mucho menos lo tiene usar los puertos como trampolín o como retiro, como premio o incluso como compensación/castigo, lo que provoca esa sucesión de nombres y esa sensación de presidentes “clínex”, o sea, de usar y tirar. Los dos mandatos más prolongados que ha tenido este país en los dos ámbitos principales del sistema portuario evidencian precisamente cómo si hay honestidad el tiempo permite criterio y sentido a la hora de tomar el rumbo más efectivo.
Sobre todo, y no es casualidad, si a ello le unes la segunda cuestión: el conocimiento en materia de puertos y de gestión. No voy a perder el tiempo en las excepciones. Los mandatos con presidentes/as con experiencia en materia de logística y de gestión empresarial han sido los más prósperos para el sistema portuario nacional. Primero, por servir de contrapeso a las veleidades y ocurrencias políticas de sus superiores; y segundo, por saber lo que hay que hacer y tener empuje y confianza para ello.
Está claro que necesitamos menos oportunismo y menos utilización política de los puertos y necesitamos más continuidad y más conocimiento.