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Puede haber Esperanza

  • Última actualización
    31 enero 2025 05:20

Si tenemos claro que uno de los grandes, inmensos, poderes de este mundo es el intercambio de bienes y servicios, también deberíamos de tener claro que el cliente final, la meta, el jefe, como dice Juan Roig, es el consumidor. Cada vez hay más países gobernados por millonarios o por títeres sustentados por millonarios. Esto tiene su parte mala, perfectamente conocida: cualquier iluminado con dinero, con mucho dinero, puede gobernar el mundo. Pero también tiene su parte buena: Si el ciudadano de a pie tuviera valor para hacer algo más que criticar y lamentarse, esos millonarios tendrían que tenernos en cuenta. Sí o sí. Si no nos gusta el uso que da a sus dineros este o aquel, dejemos de comprar sus productos. El desplome de esas infinitas fortunas sería inmediato y su poder, mal empleado, se diluiría como un azucarillo. En esa idea de usar el consumo como arma, hay muchos eslabones que se podrían activar. Uno de ellos es la logística.

Todos estamos de acuerdo en que las grandes navieras son cada vez más y más poderosas. Su propio crecimiento y su expansión hacia nuevos horizontes logísticos por la vía rápida, comprando todo tipo de empresas, les confiere una especial capacidad de control del comercio internacional. Ese comercio internacional es la clave que mueve el mundo.

Nosotros no les podemos poner o quitar, pero podríamos consumir de otro modo.

Siempre hemos dicho que la logística, si la dejaran, podría solucionar todos los males del planeta. Si le permitieran llevar mercancías a donde quisieran, sin limitaciones, nadie pasaría hambre. Personas dispuestas a entregar alimentos hay. Capacidad de mover mercancías de modo altruista también. No creo que nadie se negara a hacer un hueco en su barco o su camión para llevar pan desde donde sobra a donde falta. Vuelvo a estar convencido: entre un problema y su solución, en ocasiones solo se interpone la mala política.

Estos días hemos conocido que varias grandes navieras han decidido mantener la ruta larga, por el Cabo de Buena Esperanza. Ese detalle nos muestra la fuerza que puede llegar a tener nuestro sector en el momento en el que unos pocos navieros se pusieran de acuerdo para, por ejemplo, no escalar en determinado puerto o país, o no usar este o aquel canal, esta o aquella ruta. A un país agresor se le pueden aplicar sanciones de todo tipo, que vienen siendo como disparar perdigones a un elefante. Si esas sanciones fueran, por ejemplo, dejarles sin escalas de buques mercantes por un tiempo... el efecto en su economía sería total. ¿Y qué ocurre con los costes de las navieras?, se preguntará el astuto lector. Es cuestión de subir los precios para repercutir la subida de costes. Si en las etiquetas podemos leer que ese producto cuesta más porque están invadiendo Ucrania, igual no nos olvidábamos tan pronto, igual no nos daba tan igual, probablemente pagaríamos a gusto esos céntimos de más, si sabemos que los restamos de la economía de un país agresor.

Del mismo modo que hay consumidores que no toman carne o no consumen nada que no sea ecológico, seguro que habrá quienes estén dispuestos a pagar algo más por un producto transportado en un barco que no se ha sometido a la dictadura de unos u otros.

Sé que probablemente nunca veamos realizarse este tipo de situaciones, casi oníricas. Pero también está claro que, por la supervivencia de todos, hemos de buscar alternativas al poder político.

Políticos y muchimillonarios utilizan a la gente. Unos para gobernar y otros para nadar en sus millones. Nosotros no les podemos poner o quitar, pero podríamos consumir de otro modo. Podríamos tener Buena Esperanza.