Nos gusta mucho eso de quien contamina paga. Lo malo es que no es cierto. Ni de lejos. La contaminación no la paga quien la genera, la pagamos todos, por mucho que nos pasemos la vida con el plástico en la mano buscando el contenedor amarillo.
El ciudadano de a pie es el que menos contamina. Contaminan los gobiernos con su permisividad y las grandes empresas con su voracidad y cortoplacismo. Todo empezará a cambiar cuando empiecen a pagar los que realmente contaminan. Con nombres y apellidos. Si se pone en marcha el régimen de comercio de derechos de emisión de la Unión Europea (UE ETS) y resulta que se perjudica al comercio internacional, a toda la cadena logística, a los consumidores y, además, al medioambiente... ¿no tendría que pagar alguien, con nombres y apellidos?
De una vez por todas, deberíamos exigir llamar a las cosas por su nombre. No lo llamen justicia, ni lucha por el medioambiente: llámenlo torpeza y afán recaudatorio.
Y es que las primeras consecuencias de la chapuza esa del ETS ya están aquí. Además de las navieras que poco a poco van aumentando su posicionamiento en puertos africanos, está la contaminación añadida que generan los rodeos para no tocar puertos europeos y no verse así multados por la Comisión Europea.
Hablaba el portavoz de la UE, en una jornada reciente sobre ETS magníficamente organizada por Propeller Valencia, de la condición de “prueba” de la aplicación de la ley. Desde el minuto uno se está viendo que la norma funciona como preveía el sector logístico y no como anunciaban ellos: más problemas para el sector logístico europeo, más recaudación para la UE y... más contaminación. Si el objetivo real fuera el de la lucha por la defensa del medioambiente, digo yo que se podría haber ofrecido a las navieras la opción de cambiar contaminación por acciones ecológicas directas. Tantos árboles plantados por tantas emisiones de carbono, por ejemplo.
De momento, el origen de una mayor contaminación hay que buscarlo en ese mar de papeles y burócratas sin responsables, que ha generado una norma que lo mejor que puede hacerse con ella es anularla cuanto antes.
Como vemos, no es cierto que quien contamine pague. Si así fuera, ya me dirá el amigo lector quién paga por la sobre contaminación brutal que está produciendo el desvío de tráfico marítimo por la crisis del mar Rojo. ¿A quién le pasamos la factura? Si los buques que vengan de Asia a Europa consumirán hasta un 50% más de combustible, con su consiguiente proporcional contaminación añadida... ¿quién paga?
Está claro que las normas hay que saltárselas a lo grande. No te pases ni un kilómetro de la velocidad máxima permitida que te crujen sin remedio con la multa inmediata. Pero puedes secuestrar a miles de personas en la carretera cuando se te antoje, cruzando tu tractor, tu camión o tu carrito de la compra. No tires un papel al suelo que como te vean te la lían. Pero sí puedes obligar a que se quemen miles de toneladas de combustible añadido, sin que pase absolutamente nada. Y no se trata de que no sepamos quienes son los culpables del desaguisado. Está más que claro. Sabemos cómo se llaman y dónde trabajan los mandatarios políticos generadores de conflictos o los burócratas autores de normas tan desquiciadas y desquiciantes como la UE ETS. Pero siempre será más sencillo multar a quien podemos que a quien debemos.
Si pagara quien contamina, los burócratas de la UE estarían empeñados hasta las cejas. Pero... solo pagamos nosotros.