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Salvar al soldado “estiba”

El filósofo John Dewey está considerado el mayor pensador estadounidense de la primera mitad del siglo XX.

  • Última actualización
    14 septiembre 2021 15:16

 En su foto más icónica no tiene mucha pinta de filósofo, no así de americano, pues parece recién salido del Lejano Oeste. A su profundo y amplio bigote sólo le falta el sombrero vaquero, que da la sensación que salió volando fruto de un disparo.

Dewey es, además, una calcomanía de Tom Selleck, ese varonil fortachón  mostachudo que no dio la talla en el casting de Indiana Jones, debiendo ser recordado por estos lares por su papel en “Tres solteros y un biberón”.

John Dewey es uno de los máximos exponentes del pragmatismo, corriente filosófica que no tiene mucho que ver con lo que entiende por ello la cultura popular. En filosofía, el pragmatismo “describe un proceso en el que la teoría se extrae de la práctica y se aplica de nuevo a la práctica para formar lo que se denomina práctica inteligente”. Mientras, en la vida, ser pragmático es, más menos, terminar por renunciar a los principios, las teorías y las filosofías con tal de que las cosas avancen, funcionen y aporten algún resultado práctico. En definitiva, al pan, pan, y al vino, vino, y benditos los pelos que se quedan en la gatera si las cosas discurren y, como mínimo, se desbloquean.

Sería fantástico ir siempre de Dewey por la vida, es más, la vida lleva tanto tiempo siendo vida y enseñándonos cómo funcionan las cosas que no parecería muy difícil en determinadas circunstancias establecer teorías, reglas y normas cuya aplicación nos permitiera a continuación actuar y, además, acertar.

Ahora bien, ¿qué es acertar? Todos tenemos claro qué es lo mejor, todos, pero en materia económica, política o social las teorías emanadas de la práctica de cada cual nos llevan a modelos tan maniqueos como encontrados, desde las izquierdas hasta las derechas, con todos los matices imaginables.

Todos somos filósofos pragmáticos en este contexto, pero todos terminamos enfrentados, hasta que debemos virar hacia el pragmatismo vulgar y necesario, renunciando a los principios y recalando en lo práctico.

Tenemos el mejor ejemplo en el proceso de liberalización del sector de la estiba en España,  paradigma de ese concepto tan subyugante como es el de “marasmo”, prolongado ya por más de una década sin olvidar que los últimos siete años han sido sonrojantes.

Obviamente, a lo que hemos asistido y seguimos asistiendo es a un campo de batalla descarnado, en un todos contra todos engolado e inservible donde incluso los opinadores como servidor hemos glorificado los principios pues, todo hay que decirlo, se heredaba un modelo donde la única máxima es que todo “funcionaba”, para unos cuantos, pero funcionaba.

A estas alturas de la batalla, ya no va quedando más remedio que optar por dos caminos: despeñar definitivamente la estiba por la azotea de la eterna inseguridad jurídica, o tirar por la calle de en medio y llegar a consensos prácticos. Lo primero nos hará encontrar la verdad, seguro, pero desde la paralización y vaya a usted a saber cuándo; lo segundo, permitirá una nueva normalidad sin dejar de tender a un ideal, pero también a largo plazo.

Sean pragmáticos y juzguen ustedes cuál es el camino más rápido.

En cualquier caso, y volviendo a las referencias norteamericanas, en esta contienda ha llegado el momento de afrontar la operación definitiva para salvar a ese soldado Ryan llamado “estiba”. No podemos dedicarle a este asunto más tiempo. Como país, no nos lo podemos permitir.