Una de las figuras recurrentes de Competencia que más fascinación me produce es la de la “captura del regulador”. Tiene tales tintes de novela negra, tal influjo de mafia, corruptela y contubernio que es inevitable, como un fogonazo, imaginar al regulador atado a una silla, la sala oscura, gotas de agua que resbalan del techo y golpean el suelo, como dulces cristales sordos, torso desnudo, sudor incesante y, en cambio, vaho a raudales en ese jadeo asfixiante de la sala gélida y en penumbra, un ventanuco de barrotes al fondo, sobre una esquina, con un hilo de claridad que esconde cuerdas en las muñecas, pómulos llagados, piernas tensas, olor a almendras podridas y una voz que susurra febril y desquiciada una negación en letanía, bajo el áspero gruñido de quien reclama tiránico, histérico y soez el derecho de una orden ministerial acorde al interés patronal.
Una barra de hierro asoma entre unos brazos, una foto infantil resbala de un grasiento bolsillo, una llamada de teléfono teclea una amenaza, el miedo se pega a la piel cocido en toneladas de melaza y la lengua se hincha digna y hasta la boca tapa y asfixia y excusa una respuesta que sólo llega cuando, al fin, se abre la puerta y entra el jefe de la banda.
“Los tímpanos están sanos”, le advierten las hienas que pululan por la sala y que sólo adivinan cómo el monstruo asiente y abre sus fauces.
“Todo el sector se lo pide, todo el sector lo demanda”, recita amanerado como los magos de varita.
Y el regulador se derrumba, rendido, incluso arrepentido, las heridas abiertas pero la conciencia tranquila, los dientes amarillos, la mueca nerviosa, eterno Estocolmo, la conciencia tranquila. Regulador capturado, tremendo crimen para la Santa Comisión Nacional.
Busquemos el punto de lógica que tan bien enarboló la CNMC cuando hizo ademán de querer ventilarse el Comité Nacional de Transporte por Carretera. Es algo así como lo del roce y el cariño: de tanto verte te conoces, de tanto conocerte te comprendes, de tanto comprenderte compartes, de tanto compartir empatizas, de tanto empatizar te enamoras, de tanto enamorarte sueñas, de tanto soñar te fusionas, de tanto fusionarte te rindes y, se supone, insisto, se supone, que terminas haciendo siempre lo que te dicen. El regulador, subyugado.
Pero es curioso que el planteamiento de la “captura del regulador” es el de calificar al agente sectorial como proscrito: todo demandante pierde toda razón en la defensa de sus intereses por el mero hecho de tenerlos, todo interés particular es susceptible de poner en riesgo el interés general.
Por tanto, ya sean empresas de transporte por carretera, de remolque o estibadoras, por el mero hecho de abrir la boca ejercen el pecado original de poder llegar a ser escuchados y, lo que es peor, atendidos. Y el cerebro del regulador es devorado. Es una profilaxis totalitaria, es una histeria preventiva: no hable, no reclame, no exija, no sea que le escuchen. Cállese o caerá en la lacra de capturar al regulador.
Y digo yo, ¿no es acaso la esencia misma de ese regulador la garantía de todo proceso negociador? Ante una demanda particular de un colectivo concreto, ¿no es acaso el responsable público el encargado de conjugarla con el interés general? ¿Por qué no se puede ni hablar ni escuchar?
¿Saben lo que creo? Cuando la CNMC alerta de la “captura del regulador”, no es que tenga miedo del poder del agente sectorial para convencer, sino que cree firmemente en la debilidad del poder público para dejarse someter. Competencia no se fía de la Administración, no confía en su defensa del interés general. Eso sí, como no puede actuar sobre ella, opta por dar palos al agente sectorial, cuando el problema a veces no es quien secuestra, sino quien se deja secuestrar.