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Seguimos comunicando mal

  • Última actualización
    16 febrero 2024 05:20

En cualquier tipo de relación, el origen de la mayoría de los problemas viene por falta de comunicación, o por una comunicación defectuosa. En otras muchas ocasiones, cuando los conflictos son más graves, lo que ocurre es que la comunicación está pervertida por las mentiras. En una escala mucho más cotidiana y doméstica, el principal daño que produce la falta de comunicación o la comunicación defectuosa es la pérdida de tiempo. Alguna universidad americana, de esas que hacen estudios de todo, debería cuantificar cuánto tiempo se pierde en todo el mundo por la costumbre, vicio ya, de no escuchar, no leer, no pensar, lo que nos están comunicando. Ya sabemos que el que más y el que menos está esperando a que acabemos de decir lo que estamos diciendo para soltar su mensaje, que a veces se plantea como una enmienda a la totalidad, como una queja, como disconformidad... para decir exactamente lo que acabamos de decir. Otras veces, cada vez más frecuentes, en cuanto comenzamos la frase, nos sueltan la suya, sin saber qué íbamos a decir, o al menos no en su totalidad. En ambos lados de la conversación hemos estado todos.

El siguiente nivel en la escala de la mala comunicación se sitúa en el momento en el que dos no comunican porque uno no quiere. Si lo piensan bien, los problemas que estamos sufriendo estos días con transportistas y agricultores (me secuestraron los tractores el viernes camino de mi pueblo), tienen una petición fundamental: que les escuchen, que les posibiliten reunirse con interlocutores válidos, dialogar. Los conflictos suelen concluir cuando el colectivo cabreado consigue un interlocutor válido. Más allá de que sus problemas se solucionen, les importa que les escuchen de verdad y que de verdad les digan que van a hacer algo al respecto, aunque luego sea mentira y haya que volver a empezar.

El tercer nivel de conflictividad, el máximo, está basado en la acción cimentada en la mentira. En los mensajes falsos que ocultan la verdaderas y a veces aterradoras intenciones. De ahí los grandes conflictos políticos, con final en ocasiones descontrolado. Aterrador incluso.

El mundo empezará a salvarse cuando seamos capaces de leer los mails hasta el final

Desde los primeros mensajes intercambiados por el ser humano, hasta los comentarios de las noticias de las páginas web, se mantiene un mismo parámetro, tal y como subrayaba nuestro Miguel Jiménez el pasado miércoles. Cuanto más medios o fórmulas de comunicar, más se multiplica el problema, más se aleja la solución. No leemos ni escuchamos bien, por hacerlo de modo parcial o bajo un prisma previamente inclinado a una interpretación u otra. Cuando contestamos a lo que creemos que nos han dicho, cogemos la parte por el todo, aplicando la demagogia y la tergiversación necesaria para llevar la comunicación a nuestras creencias, a nuestras filias y nuestras fobias, dejando apartado el interés por saber lo que realmente nos están diciendo.

Nuestra diferencia con los animales es nuestra capacidad de comunicar. La mala utilización de ese don, como estamos viendo en la sociedad actual, nos lleva al embrutecimiento creciente. Las redes sociales son el máximo exponente de esa involución por el camino de la excesiva, mala, comunicación.

La sabiduría es, cada vez más, de los que leen o escuchan lo que se les transmite. De los que se interesan por descubrir lo que quieren transmitirnos, antes de buscar resquicios en sus frases que nos permitan meter nuestro mensaje o llevar el suyo hacia lo que queremos pensar y, por supuesto, que él piense como nosotros.

El mundo empezará a salvarse cuando seamos capaces de leer los mails hasta el final, sin más objetivo preestablecido que saber qué nos quieren decir.

El mundo se va a pique si, para que me recibas y hables conmigo, tengo que atravesar el tractor en la carretera.