Siempre hemos dicho que el sector logístico es droga dura, que engancha. Nos gusta observar a los que llegan de fuera sin tener idea de dónde se meten, avisarles y esperar. Eso suele darse cuando se nombra a un nuevo presidente o presidenta de autoridad portuaria, como ya se habrá dado cuenta el astuto lector. Decirles que el sector engancha, se lo he dicho a varios presidentes recién llegados, por si todavía estaban a tiempo de dosificarse la dosis de puerto en vena. A otros directivos de nuestro sector no he podido avisarles a tiempo. Cuando los he conocido ya estaban enganchados.
Yonquis del contenedor los hay por todas partes, y, como dice Bucanera, si no conoces a ninguno es que eres tú. En el día a día su mente está llena de “tenders”, tiempos de tránsito, tarifas, datos de la competencia, estadísticas, fechas de la próxima reunión de su club o asociación... En su tiempo libre, cuando viajan con la familia, están pendientes de la marca de los contenedores del tren que se cruza, de qué empresa es el camión que adelantan, si son clientes o proveedores, si nos deben dinero o nos queda algo por pagarles. Si el movimiento es por avión, escudriñan el aeropuerto para ver qué está cargando qué compañía. Si se viaja en barco es todavía peor. Ni moviéndose en el crucero más lujoso dejarán de fijarse en el portacontenedores que se vislumbra en lontananza.
Puede ser que la sociedad no dé al sector logístico la extrema importancia que tiene. Pero también es cierto que muchos profesionales exageran ante lo crucial que es su trabajo, su empresa, su gremio, su asociación, su sector.
Esa distorsión de la importancia de la profesión logística genera, en ocasiones, “workalcoholics”. Nada en contra de estos señores, salvo cuando presumen, con cierta edad, de lo mucho que trabajan.