Así, mientras unos les felicitan por aprovechar las oportunidades de negocio que van surgiendo en el mercado, otros les acusan de expoliar los recursos y pervertir las necesidades reales de espacios logísticos por afán especulativo y con el objetivo de enriquecer a unos pocos con lo que es de todos.
La paradoja roza la perversión cuando en el argumentario se incluyen sentimientos que, mal que nos pese, son difíciles de contrarrestar con datos, estadísticas y estudios. Cuando lo subjetivo entra en la discusión difícilmente podrás encontrar el argumento que así, de primeras, haga cambiar de opinión a tu interlocutor.
Siendo racional, la cosa está más clara: mientras no nos busquemos otro sistema político que facilite un nuevo sistema económico y productivo, estamos vendidos al capitalismo, a sus máximas y a sus exigencias. Pero, ojo, que debamos entrar en su juego no significa que tengamos la obligación de aprovecharnos de todos los vacíos legales -y amorales- que tiene el sistema para ganar más dinero. Nadie te obliga a machacar a tu proveedor... El mercado, tampoco. No busques excusas. La ética también puede -y debe- presidir nuestra toma de decisiones. Sobre todo si las implicaciones de nuestro proyecto empresarial son de tal dimensión que perjudicarán a las generaciones futuras sí o sí. El negacionismo debe quedarse en el pasado. Tenemos la obligación de intentar reducir al máximo las negativas consecuencias que este sistema genera en nuestros entornos más próximos. Y en este apartado los puertos de la Autoridad Portuaria de Valencia son pioneros.
Para empezar, llevan trabajando en ello desde hace más de 20 años. Las inversiones no siempre han sido millonarias pero lo importante es que han existido. ¿Quién puede decir lo mismo?
Mientras unos crecían en el libre albedrío otros concretaban la manera de hacerlo acompañando su acción con medidas que compensaran sus efectos nocivos.
Las iniciativas en materia medioambiental en las que trabaja Valenciaport, enmarcadas en el cambio de modelo energético marcado por la Unión Europea para 2050 y que contempla la descarbonización y la apuesta por las energías renovables, son tantas que supusieron la semana pasada más de una hora de exposición ante los periodistas. Enumerarlas es complicado porque son muchas y parten desde las más esenciales (gestión de residuos, control de la calidad del aire, del agua o ruido, eficiencia energética...) a las más complejas como desarrollar nuevas tecnologías como el uso de motores GNL o de hidrógeno en la actividad portuaria, que los buques se enchufen en sus escalas o que la combinación de la obtención de energía fotovoltaica y eólica (placas solares y molinos) permita que el Puerto de Valencia sea energéticamente sostenible en unos años. Además se ha formado a la comunidad portuaria para que, cada uno de los operadores, sean prescriptores de sostenibilidad. (Poner aquí emoji de aplausos).
No obstante, me entristeció comprobar que en los medios generalistas la relevancia y notoriedad que sí que se da cuando es una empresa privada la que apuesta por la sostenibilidad, no se produjera por ser el Puerto quien lidera las acciones. Me apenó que se tuviera que insistir en el premio internacional GREEN4SEA como hito que validara las medidas puestas en marcha por Valenciaport, loables a todas luces. Me enfadó que, pese a lo mucho que se comunica, poco sea escuchado y recordado.