No piensen que reniego de las bondades de las redes sociales y de su poder para interconectar mundos que de otra forma permanecerían ignorantes, de espaldas e incomunicados.
Soy partidario de aprovechar profesionalmente los diferentes canales de comunicación en su justa medida, después de realizar un análisis profundo y realista que nos permita concretar si el nuestro es un objetivo asequible o nos estamos dejando llevar por las modas y las tendencias del momento.
Como en casi todo, no hay muchas posibilidades más allá del ensayo y error para comprobar si estamos acertando o nos separamos del objetivo. Porque, eso sí, debe existir un objetivo a cumplir. Estar por estar, como se repite cansinamente en nuestro sector, no tengo claro que valga la pena.
También cuando nos llevamos las redes sociales al terreno personal deberíamos ser capaces de discernir cuál es el objetivo que perseguimos. ¿Seguir una moda? ¿No ser la única persona del grupo sin un perfil? ¿Aplacar el sentimiento de soledad a golpe de amigos virtuales? ¿Saciar ese ansia por retransmitir al mundo mi día a día? ¿Contribuir a construir un mundo mejor haciendo públicas mis opiniones de lo que considero que son situaciones injustas o tendencias políticas “adecuadas”?
Todo está bien, pero dentro de una lógica que debería ser aplastante. Salvo en muy contadas excepciones, la mayor parte de las personas no tenemos tanta capacidad de influencia como para crear escuela a golpe de tuit. Los denominados “influencers” tiene mucho más de mercadotecnia de lo que pensamos, pero seguimos empeñados en lo nuestro.
No acabo de entender bien a aquellas personas que en las relaciones interpersonales son un ejemplo de prudencia, saber estar y coherencia y cuando se escudan en el parapeto de la red social sacan por sus bocas hasta el más inverosímil de los argumentos. ¿Por qué nos privan de su opinión cuando en el cara a cara es más fácil contrastar ideas e intercambiar criterios?
Dicen, algunos que saben, que las redes ofrecen un escudo que rompe con la timidez y favorece la comunicación de aquellas personas que normalmente tienen dificultad para interactuar con los demás. Más o menos, valga la comparación, es como quien se harta de insultar al de delante cuando va en el coche y cuando se coloca a su altura en el semáforo se dedica a observar con curiosidad al pajarillo posado en el semáforo o al niño que juega en la acera contraria.
Pero ojo, hay una pequeña diferencia: lo que dices en tu coche no pasa de ahí; lo que vomitas en una red social, se queda para siempre, a modo de tatuaje, retratándonos sine die.
Seguramente todos conocemos a alguna persona hiperactiva en redes sociales que se pregunta angustiada por qué no encuentra trabajo. ¿En serio? ¿De verdad creen que una sociedad tan hipócrita como la nuestra no tiene en cuenta qué es lo que haces en tu tiempo libre, con quién te mueves o cómo piensas? Desgraciadamente, hoy en día se sigue catalogando a las personas por expresar su opinión: o eres de los míos o vas contra mí, sin término medio.
Desde esta ventana que Diario del Puerto tiene permanentemente abierta, les animo a seguir trasladando sus opiniones. Nuestro sector logístico necesita buenos profesionales, los mejores en lo suyo, pero también requiere personas dialogantes y reflexivas, capaces de alzar la voz ante las injusticias y combativas ante todas aquellas situaciones que nos alejan del desarrollo humano y profesional. Feliz 2019.