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Tengamos esperanza

Mientras el COVID-19 se aposenta en España, dando zarpazos a diestro y siniestro, las previsiones de empresas y Gobierno se van ajustando a las nuevas realidades, unas realidades que pasan por confirmar lo que todos ya sabíamos: que sí o sí la dependencia de China es tal que su resfriado nos ha puesto malos a todos. Y no hablo del Coronavirus en sí, sino más bien de sus consecuencias no sanitarias.

  • Última actualización
    06 marzo 2020 16:20

Al cierre de los centros de producción por la llegada del Año Nuevo Chino, hito que todos los años afecta a las estadísticas del mundo pero que, a priori, ya se tiene en cuenta, se ha sumado la decisión de las autoridades chinas de mantener a la población en casa para intentar cercar y matar al virus. ¿Y? Pues que las fábricas que alimentan a todo el mundo, con productos acabados o materias primas, han estado paradas. Por si alguien tenía dudas, la OCDE lo explicaba así de claro la pasada semana: las contracciones de producción en China se están sintiendo en todo el mundo, lo que refleja el papel clave y creciente de China en las cadenas de suministro mundiales y mercados de productos básicos. 

Esta situación no es nueva. Son muchos los expertos que llevan tiempo alertando, en ponencias, trabajos de investigación y charlas TED, que la dependencia de la economía globalizada de China nos hacía a todos más sensibles ante una  posible hecatombe, pero claro, como siempre: “¿Qué va a pasar? No será para tanto. Lo hacemos y luego ya, si eso...”. 

No nos ha servido comprobar como la guerra comercial abierta entre China y Estados Unidos acababa afectando a la agricultura valenciana. No hemos tenido suficiente con ver como Reino Unido se despedía de la Unión Europea con los vítores de alegría de Donald Trump. Hemos tenido que comprobar en nuestras propias carnes como los barcos llegan cada vez más vacíos (si llegan) a los puertos españoles para dudar de si este modelo económico -de dependencia total de China- es el más adecuado. Y eso que ya estábamos sumidos en la preocupación por las previsiones que nos habían lanzado sobre el 2020 y que auguraban caídas en todos los sectores. De hecho, las cifras de los puertos españoles en enero han sido malas (el tráfico ha caído un 2,19%) y ¡no reflejan todavía los efectos del COVID-19 (los tráficos entre España y China crecieron un 2,2% en enero)! Los datos de febrero y marzo serán penosos. Vayamos asumiéndolo. Pero, seamos positivos, dicen que para abril las cosas empezarán a cambiar  porque la producción china se habrá recuperado y estará ya de camino a todos los destinos del mundo.

Y en medio de toda esta especulación (porque con un virus de por medio todo lo que podamos esperar o prever entra en el terreno de la ilusión, nos guste o no),  deberíamos asumir que el futuro de la humanidad pasa por aceptar que nos somos infinitos. Tenemos que interiorizar que, por mucha magia, creatividad, inteligencia y brilli brilli que desprendamos, la humanidad no puede sobrevivir sin respirar aire libre de contaminación. Pero si el plástico y el teflón son parte ya de nuestro ADN, qué triste, qué mal.

Y frente a esta realidad, entidades, organismos y empresas están activando medidas de control, evaluación y compensación en su búsqueda de la sostenibilidad de sus actividades productivas. Menos mal.  Y precisamente de este asunto, de las acciones y proyectos que están implementando los principales puertos españoles en pro de la eficiencia, hablaba el reportaje “Confirmado: a los puertos españoles sí les importa la sostenibilidad ambiental”  que ha sido premiado por la Asociación de la Prensa del Campo de Gibraltar y la Autoridad Portuaria de la Bahía de Algeciras. Un honor, una alegría, que agradezco de corazón. Y mañana, a recoger el trofeo. Algeciras, allá voy.