Todo lo que el Congreso de los Diputados ha tenido siempre para este humilde suricata de apasionante, resulta cada vez más decepcionante, no ya solo por el pobre carisma de quienes lo protagonizan, sino sobre todo por su simpleza dialéctica y, antes que nada, por la incapacidad de casar los argumentos de cada uno con el sentido de su voto, disociación tan marcada en esta política actual que quienes la encaran la enarbolan con tanta desvergüenza que hacen que quienes intentamos sacar la cabeza en el mar de la coherencia lleguemos a sentirnos medio idiotas.
El último desencanto lo viví el miércoles en el debate en el Pleno del Proyecto de Ley de Movilidad Sostenible, con diputados y diputadas que no son capaces de explicar mejor su rechazo de un texto que diciendo que es una “patata”; diputados y diputadas que en la primera frase dicen que “vamos a apoyar la ley” pero acto seguido aseguran que “no podemos aceptar un texto que no recoge...” o subrayan que es “una oportunidad perdida”; y sobre todo diputados y diputadas que amenazan con tumbar la ley por culpa de las ampliaciones de El Prat y del Puerto de Valencia, las dos, pero luego se tiran el órdago de que si el Gobierno promete por escrito en las siguientes horas suspender la ampliación de El Prat, votarán a favor. Y digo. ¿Y el contenido de la Ley? ¿Y el Puerto de Valencia?