Sigo pensando, con más convencimiento incluso, que la comunicación tiene una importancia absoluta. Para entenderlo solo hace falta fijarse en las consecuencias que está acarreando la falta de respeto a la buena comunicación.
Una persona desinformada, por falta de datos o por manejar datos falsos, es una bomba de relojería. La pueden llevar hacia cualquier parte, a su destrucción incluso, y si no la llevan, caminará ella sola a su perdición, porque caminar sobre arenas movedizas no es caminar, es hundirse.
Las redes sociales son el máximo exponente de este virus de la desinformación, de la mentira y de los ciegos fanatismos que puede llegar a generar. La realidad no es tan terrible como para generar ángeles o demonios, blancos o negros. Solo la demagogia y la mentira pueden crear extremos, con sus correspondientes fundamentalismos. De las redes sociales es posible librarse, porque ya estamos ciertamente prevenidos. Ya se sabe de qué van los chismosos, mentirosos y “odiadores”. Ante semejante lodazal no debe ser complicado defenderse o huir. Ocurre que cada vez más el virus de la desinformación está entrando, también, en lo que antaño eran los templos sagrados de la verdad verificada y la información contrastada. Ya no es raro ver cómo un bulo, si es llamativo, se difunde como la pólvora por televisiones, radios y periódicos, para luego explicar que no, que era mentira. Ahí no queda otra opción que volver a la responsabilidad irrenunciable de cada cual. No hay más remedio que trabajar la mente. Leer, escuchar, ver distintos medios, hasta que se conozca, con cierta certeza, los que son más dignos de confianza. Los que, pudiendo equivocarse, no mienten.
El ostracismo es la única opción que debemos ofrecer a quienes hemos descubierto mintiendo, aunque esa mentira no nos afecte directamente. Los grandes males de la humanidad se han fraguado en aquello de que “a mí no me ha hecho nada” o “como yo no he hecho nada, a mí no me atacarán”. La verdad de tus hechos no te va a librar de su mentira. El apoyo, por mínimo que sea, incluso la indiferencia, les alimenta. Solo hay un remedio: el ostracismo. Condenar al medio mentiroso a la inexistencia social. No nombrarlo siquiera. Un medio sin lectores se dirige… a ninguna parte.
Nos llegan cada día más y más mensajes, de todas partes, a todas horas. No podemos controlar todos esos mensajes. No queda otra, en esto como en otras coas, que volver a nuestras burbujas. Tener en cuenta quien valore la verdad y alejarse de los que ya tienen en su haber un concreto historial de mentiras en lo personal y/o en lo profesional.
¿Cómo podemos saber si podemos ir a un cóctel navideño de esos que proliferan estos días en nuestro sector? ¿Cómo averiguamos si la enésima variante del COVID es mala malísima o un nuevo “rellena telediarios”? ¡Ay amigos míos…! No queda otra que hacer cada cual su faena. Si tengo amigos vacunados en el hospital, es que eso es posible. Si otros muchos han estado a punto de morir por el bicho ese, es que eso ocurre. Si ponerme mascarilla no ha perjudicado nunca a nadie, es que, ante la duda, será mejor ponérsela. Si jamás hemos preguntado qué contiene la Aspirina, no voy a empezar a estudiar Química para saber si la vacuna anti COVID contiene trozos de niños o chips.
Me voy que tengo un cóctel navideño en un rato. Vacunado contra las mentiras y con mi mascarilla para filtrar la mala comunicación. Con ganas de abrazaros a vosotros, mi familia logística, y a la verdad.