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Y tú de quién eres

  • Última actualización
    12 septiembre 2025 05:20

Hace un tiempo llegó a mi querido pueblo un nuevo vecino. Nada más llegar mis paisanos le avisaron de que allí en seguida se ponía mote a la gente: “Descuida, yo ya vengo prevenido”, aclaró el nuevo. Poco después, dos lugareños conversaban sobre uno niños que jugaban en la plaza. “¿Quién son esos?”, interrogaba uno de los ancianos. “¿Esos...? Los chicos del Prevenío”...

Pocas cosas acercan y humanizan más que los motes. Por encima de los nombres propios, el mote te distingue de forma más concreta. A ti y a toda tu familia y descendientes.

Es una señal inequívoca de que se conoce a la persona más allá de la cáscara, más allá de la farfolla. Se individualiza al individuo con algún tipo de cuño, con un sobrenombre que te transporta hacia la confianza, al conocimiento o intuición de algún acontecimiento o matiz que marcó parte de la vida del personaje o de sus antepasados.

Y no importa que el mote sea algo “incómodo”, la singularidad siempre va a ser mejor... Capullo de Jerez, mejor que Miguel Flores Quirós, Camarón mejor que José Monje Cruz. En mi pueblo los motes que perduran vienen de años atrás, incluso, en algunos casos, de varias generaciones atrás.

Los nombres propios, con sus correspondientes apellidos, no se utilizan, se ignoran, se olvidan incluso. De muchos de mis amigos me cuesta recordar su verdadero nombre, porque para mí el mote es su verdadero nombre. Pérez o Garcías hay muchos, Pacos y Joses, ni te cuento, Estronchapavas o Escuchapedos... sólo uno. La pena es que esto de los motes se va perdiendo poco a poco.

Algo similar va pasando en mi muy querido sector logístico. Similar o peor. Aquí, con el paso de los años, también se han ido perdiendo los motes. Quedaron atrás los Coixo, Pistolas, Tacones, Catalán, Culodegoma, Gitano, Conde, Cuchara...

Digo similar o peor, porque lo peor no ha sido que se pierdan los motes. Poco a poco también están desapareciendo los nombres propios.

El mote es una señal inequívoca de que se conoce a la persona más allá de la cáscara, más allá de la farfolla

Ya no existe la terminal de Perfecto, Liberto o Paco. Son cada vez más escasas las transitarias de Quico, Rafa o Jorge. Las bases de contenedores, las empresas de transporte... en vez de mantener el mote o el nombre de sus dueños, en vez de ir hacia lo particular, lo personal, van cada vez más hacia lo genérico, lo global... lo deshumanizado.

Nadie está a salvo. Los nombres propios, si no venden hoy lo harán mañana, para pasar a formar parte de un grupo mayor, que acabará incluido en un consorcio o alianza de las que, en un futuro, acabarán quedando tres, dos o una en todo el mundo. Que no digo yo que no lo entienda. Que eso de la competitividad manda. Que hay que hacer números y ser rentables. Que en el sector, también, el tamaño importa, y cada vez más, pero... ¿Qué quieren que les diga? Echo de menos los nombres, los motes.

Que un trabajo sea atractivo, lo tengo muy claro, no depende solo de la rentabilidad económica o el salario que obtengas a cambio. Importa, y mucho, para generar valiosa pasión, el ambiente de trabajo.

Para eso del ambiente no hay nada como conocer a quienes comparten tiempo, espacio y sector; saber, más allá del nombre de la multinacional, el nombre de las personas, el mote, si fuera posible.

Todo fluiría de una forma más amable, más humana, menos rara, que cantaba el Lichis (otro mote), cuando en vez de preguntar de qué empresa, grupo, multinacional o alianza eres, preguntábamos o nos preguntaban... “y tú, de quién eres...”